March 11, 2014 Venta de Poesía 0

Exhausto corro entre brumas y escalo montañas.
En las alturas veo un abismo que me lanza
hacia los mares infinitos de lejanas galaxias.

Yo: un microbio gigante, chupando la sal de mil fuegos
en la nieve de un planeta inexistente.
Subo. En lo alto diviso a Petrarca
y doy saltos sobre su hígado
para que bote todos los quejidos de la tierra:
la tristeza melancólica donde beben los poetas,
el agua que sirvió de espejo a extinguidos ritos.

El viejo bardo está pariendo.
Homero le sirve de partera para que esta raza maldita
de componedores de palabras estire el mito de La Ilíada
y Valmiki siga defecando su Ramayana
en la copa de vino de Khayyám.

El príncipe de la poesía persa
Cuenta las estrellas bajo la noche llena de fuegos fatuos y lunas rapaces,
en Kamaresh, la ciudad de los mil alminares.

Petrarca grita: Khayyám, derrama tu embriaguez. Los muros
De Occidente jamás resistirán tu canto, mientras Shakespeare
Se multiplique en todas las generaciones de rapsodas borrachos
Que cometen el delito de soñar.

Yo tengo el arma del soneto. Como conejos voladores de mis testículos salen, torrentes de advertencias a los disolutos de amor, consejos para las meretrices
y obscenas muecas al Poder. Esa es mi locura, Khayyám.

Las furias de la vieja Hélade parecen resucitar para callarlo,
pero el bardo las ignora y advierte: “reivindico a Séneca
y me niego a beber la cicuta espiritual
con la que Roma quiere castrarme.
Soy la perversidad y el amor; lujuria y furia soy.

¡Oh, inocente de mí!
Salto al Siglo XXI, metido en un software
para hacer morisquetas, mientras, me miras ¡Barbarie! con tus ojos
de doce mil millones de ojos de los muertos en todas las guerras.

¿Quién osa torturarme? Hay miedo en tu mirada,
deseo y lascivia en los poros de tus senos;
requiebre tembloroso en tus caderas cuando se abren
para devorarme: tiempo infinito y corto,
tan largo como el tamaño de mi ansiedad.

La necedad de la conquista del espacio me aturde.
Vuelvo al pasado: Miguel Ángel corre como un loco, perseguido
por la obsesión de La Pietá y Da Vinci le advierte: guarécete:
una fuerte ventisca azota a Florencia.
Galileo es prisionero en su propia casa.

Náufrago del tiempo corro a refugiarme en una oscura cavidad
del palacio de los Médicis, conocedor de los secretos de las degollinas por venir, en el nombre de Dios. Tengo el olor de la hoguera donde arderá Savonarola
Junto con la poesía que deja de escribirse, atenaceada por el terror de la fe.

Hay un canto de esperanza; la voz de Petrarca me sigue. Escuchadla:
“A los que vendrán os digo: escriban, mientras quieran y puedan; sigan adormeciendo las almas, resguardándolas del fuego grande que se avecina
y no os dejéis tentar por un embaucador llamado Nostradamus,
que predicará vuestro fin”.

“¡Oh, bacteria humana! Usa la palabra y cabalga con los cantores
que como yo, de la mano de Dante y Neruda,
le ofrece una serenata a Margarita Gautier y una flor a los sueños
que se expresan en la pupila de una mujer enamorada cuando se entrega
o en la sonrisa de un niño, que es como el agua clara,
y las primeras luces del alba, dones de la naturaleza
que ensanchan el espíritu de los buenos y alimentan la cólera
de la perversidad, conspirando en la noche cuando las doncellas duermen”.

“Busco un suspiro de mi amada para perderme en ella
y regresar con un soneto al acto supremo de la vida”.

¿Qué debo hacer? Pregunto al poeta y me responde:
“Se lo que quieras ¡Ármate de palabras! Será tu consuelo;
el último si se levanta el hongo de Hiroshima en tu plato de lentejas.
Llena de amor los cántaros para que beban todos los sedientos de la tierra,
pero no te engañes conmigo que no soy perfecto.
Dentro de mí el bien y el mal juegan al ajedrez.
Sigo la senda de Virgilio, los pasos de Ovidio
y de otro mundo que nunca conocí.
Decúbrelo: Nazahualcóyotl cantó a Tenochitlan hecho mujer,
mazorca de maíz, cacao y miel de flores silvestres
en los tiempos de Moctezuma, mucho antes de la Noche triste”

Petrarca se marchó por el camino de los inmortales
y el eco de su voz fue capturada por los ríos y el aire,
trepó por las montañas y navega en todos los mares
con la lira que tocaron a su tiempo, Gabriela, Alfonsina, Hernández, Lorca
y todos los que nacieron y están naciendo para continuar un poema eternamente inconcluso.