Más allá de si aceptamos que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza o viceversa. En los dos casos hay una copia antropomórfica y una voluntad de perpetuidad bien sea en el monoteísmo o en el politeísmo: Dios se perpetúa a través del hombre, su creación o el hombre se eterniza a través de Dios o de los dioses, según el caso y hasta lo adapta a sus intereses, lo moderniza, de acuerdo con los tiempos.
En otro plano, pero en el mismo sentido, los negros africanos que trajeron sus deidades las mimetizaron con los santos católicos con un sentido de continuidad cultural y sobrevivencia en el tiempo y de hecho, la Iglesia de Pedro las toleró y además adoptó el tambor y el canto africano también mimetizado en el sincretismo cultural de nuestro mestizaje cuando avasallante entre en los templos católicos para amenizar el ritual de la misa dominical o el culto de los protestantes.
Lo que hace menos de un siglo era imposible concebir bajo la óptica del catolicismo, hoy no lo es cuando las iglesias de Dios en el Occidente aceptan que el mundo posible no acaba en la tierra y que el Ser Supremo puede acompañar a sus criaturas en sus correrías por el espacio exterior y a lo mejor ¿Quién sabe? En el futuro más o menos lejano, organizar nuevas cruzadas para “evangelizar” a sangre y fuego remotas civilizaciones extraterrestres.
Llevamos nuestras creencias como la dermis al cuerpo y con ellas evolucionamos o retrocedemos, edificamos o destruimos porque también en su evolución y creatividad humanas va incubado el virus de la barbarie cuando en el nombre del Dios de Israel, el liderazgo de la más poderosa nación mayoritariamente protestante de la tierra lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, el seis de agosto de 1945 y la segunda sobre Nagasaki, tres días después. El Vaticano guardó silencio ante el holocausto de seis millones de judíos y por lo menos veinte millones de rusos, gitanos y polacos durante la Segunda Guerra Mundial, el Alto Clero alemán, también. De alguna manera fue cómplice de la matanza de más de cuatro mil hugonotes (protestantes franceses en la llamada Noche de San Bartolomé) en el París del 24 de agosto de 1572. Por el “ejemplar” castigo a los herejes, el jolgorio católico fue total en toda Francia.
En el nombre del Dios de Abraham continúa el desangre del pueblo palestino y ayer ¿Cuántos miles de “infieles” musulmanes fueron aniquilados durante las ocho cruzadas (1095-1270) “para recuperar tierra santa” y que de maravillas creadas por el hombre, destruidas? Ni Bizancio el gran reducto cristiano de Oriente escapó de la devastación. El 13 de abril de 1204, las huestes de la Cuarta Cruzada tomaron y saquearon Constantinopla, hecho que aceleró el fin del Imperio Bizantino que no pudo resistir el posterior embate otomano. La ciudad, último reducto del Imperio Romano de Oriente, cayó finalmente en abril de 1453 y su gran basílica de Santa Sofía se transformó en la mezquita símbolo de Estambul, hasta 1935 que fue convirtió en museo. En Córdoba, España, pasó al revés, su gran mezquita, devino Catedral de Santa María, que se transformó en ícono del poder cristiano, después de la reconquista de España.
El vencedor siempre humilla al vencido como demostración de poder. Lo hizo en Cartago, en Bizancio, Córdoba, en todas partes, desde Argel hasta el Cusco, capital del antiguo imperio del Tahuantinsuyu. Allí la barbarie depredadora colonialista no se conformó con diezmar la población, saquear el oro y la rica joyería de arte hecha con ese metal precioso. Enormes piedras que hacían muros y explanadas en la imponente fortaleza inca de Sacsahuamán fueron hurtadas para construir templos y palacios sobre los cimientos arquitectónicos de la ciudad dominada.
El eterno buscador de horizontes muere con las botas puestas sin abandonar el camino, deja sus aperos para que otros lo recojan y continúen la ruta. Ese eterno buscador es el que un día trasladó la cueva al exterior y construyó la casa y la multiplicó y formó la aldea e hizo crecer esta y parió la ciudad y la ciudad se hizo grande cuando más y más casas se juntaron y calles como lanzas disputaron espacio al bosque o al desierto. El hombre creó y crea los conglomerados urbanos; llevó y lleva a ellos sus necesidades y esa eterna ansiedad para encontrar soluciones. Necesitó el agua en su vivienda y la trajo por canales, necesitó la luz y desarrolló la antorcha, el mechero, el quinqué, hasta la bombilla eléctrica, quiso atrapar la lluvia y la transformó en ducha en los baños, construyó y construye su entorno antropomorfo, su estuche para acomodar el cuerpo y ese estuche es su vivienda, su cama, la mesa, la silla, los utensilios de cocina, hasta los cuadros en los que captura el paisaje, la fruta, aquello que no posee y le deleita los ojos; todo lo hace a su ansiedad, pensando en si mismo. Unos satisfacen esa ansiedad con la pecera para tener el río o el mar en casa, otros con un altar para poseer su propio lugar sagrado; aquellos coleccionando objetos, monedas. Sellos postales, latas de cerveza, cualquier cosa que le produzca la sensación de posesión, desde una obra de arte hasta un museo que lleve su apellido; el Guggenheim, de Bilbao es uno de tantos ejemplos, una fundación (Rockefeller), un premio: Nobel, que honra la memoria del inventor de la dinamita.