Los pájaros se marcharon del jardín,
ahuyentados por la peste que vino con el demonio
en una mochila grande cuando entró de madrugada en el cuarto
y depositó sus excrementos que trajo de Bagdad.
Yo no lo vi. Me lo dijo mi respiración agitada.
Creo que fue una pesadilla de muchos angelitos
con las alas cortadas.
Dicen que los tanques entraron de repente
y acabaron con la mezquita y barrieron los recuerdos de Nínive
y Babilonia que estaban en el museo,
como si las piedras sagradas de Bagdad
fuesen las torres gemelas de Nueva York.
Yo no escuché nada. Me lo dijo el olfato
con su carga pestilente
de todos los niños y mujeres
y vacas y perros y sonrisas y poemas
y canciones de amor
que reposan en la fosa común.
Todo lo supe
cuando las ratas invadieron a Lima,
Huancavelica, Cusco, El Callao
y otros pueblos.
Alguien dijo que eso se debía
al recalentamiento de la tierra,
al cambio climático
que está pariendo una nueva especie
de hombres roedores
para disputarse los albañales.
Eso lo anunciaron las ratas
en su invasión triunfal
porque saben que el matrimonio
es inevitable.
Ocurrirá cuando sobre la superficie del Planeta
las flores se nieguen a nacer.