Creador y depredador impenitente, el hombre fue proyectando su imagen en las cosas que les son útiles ¿O es qué acaso el automóvil no es de cierta manera antropomorfo? Ved los faros equivalentes a los ojos, todo el sistema del tubo de escape, al colon y a los intestinos; el tanque de gasolina al estómago, todo el tejido de cables al Sistema nervioso y aún las ruedas al cuadrúpedo que originalmente fuimos antes de bajar de la mata, si aceptamos la teoría del naturalista y fisiólogo inglés Charles Darwin (1809-1882) de que el hombre desciende de un tipo de mono antropoide. Las ruedas del automóvil tienen las llantas de caucho natural o sintético, que son el equivalente del calzado del hombre.
Gracias a la observación y a la imitación creativa el hombre inventa, resuelve necesidades y crea otras. Es una danza imparable desde que descubrió el fuego, lo atrapó y lo produjo. Hoy a escala planetaria, los dueños de la tecnología, son los propietarios del Poder. La horda y el clan totémicos con sus menhires y dólmenes quedaron muy abajo en el Paleolítico Inferior. Es una referencia borrosa de lo que fuimos, pero ¿Cómo ignorar nuestra sombra, la huella homínida de Laetoli, en Tanzania? El mono lo tenemos cerquita y fue ayer cuando comenzamos a marcar la diferencia con el resto del mundo animal, al utilizar el palo y la piedra y sacar la primera chispa de fuego de la frotadura del pedernal.
Inexorablemente llevamos en nuestra piel lo que creemos, por lo que actuamos, amamos u odiamos. Agarramos de la naturaleza lo que nos apetece sin retribución para su generosidad y a veces tomamos distancia de ese entorno y lo reproducimos, agregándole nuestros deseos. Cuando queremos la fuerza de la que como individuos carecemos, creamos el mito de Sansón o de Hércules, la figura superior que siempre el hombre quiere ser en su eterna inconformidad: el coloso de Rodas o la que venera y siente que puede dominarlo: los budas gigantes de Afganistán, el monumental Cristo de Río de Janeiro o el del Panecillo, en Quito; un símbolo de democracia como icono de poder en la estatua de La Libertad en la bahía de Nueva York o la carrera por pellizcar el cielo que disputa esa metrópoli con Kuala Lumpur, Beijing o Shanghai.
El hombre abre y cierra caminos, crea y destruye realidades, a partir de su piel, en el sentido de la metáfora, del mundo que cada cual tiene por dentro, hasta que alguien recrea lo creado o lo destruido: la Torre de Eiffel o Guernica y lo transforma en paradigma delglamour o del rechazo a la guerra.
La vanidad del poeta deviene clásico de la literatura universal: “Canto a mi mismo” de Walt Whitman. (“Me copio a mi mismo como artista”) para regalarlo como arte a la posteridad) Aunque esa acotación nuestra no hubiera estado nunca en la mente del escritor norteamericano del Siglo XIX, refleja la fuerza del “Yo”, de un “yo” individual, pero también de un “yo” político: “Yo Walt Whitman, yo, mi país, Los Estados Unidos de América, tiene el destino manifiesto de una gran nación”. Ese mensaje de grandeza, que asoma temprano la potencia que su país es hoy aflora también en Hojas de hierba.
Por otro lado, “Las bañistas” de Renoir, la Capilla Sixtina, la Puerta de Brandemburgo o el Palacio de Buckingham como obras maestras del hombre son a su vez símbolos de poder. Así lo fueron en el pasado el Coliseo Romano o los Jardines colgantes de Babilonia. El Coliseo es un imán turístico de la capital italiana, los jardines hace siglos que no existen y el gran museo de Bagdad -que mostraba mucho del arte de la ciudad conquistada por Alejandro Magno- y reliquias invalorables de las civilizaciones sumeria, acadia, asiria y textos únicos del Islán, quedó tras la invasión de Irak, como un inmenso y saqueado cascaron, sin dolientes en Occidente. Así es la barbarie. Nadie llora los muertos y la ruina de las sociedades vencidas, salvo los vencidos. Mucho de lo que quedaba como testimonio de más de siete milenios de cultura fue pulverizado por el invasor. Las voces aisladas de protesta en la UNESCO y de eruditos en Estados Unidos y Europa fueron castradas por la fuerza de las bombas, de esta particular cruzada contra el terrorismo. Nadie las escuchó. El mercado negro del arte antiguo se revitalizó ¿Cuántas piezas de incalculable valor vienen caminando desde Bagdad hacia Europa para enriquecer colecciones privadas? ¿Cuántas se subastarán en los salones de Christie´s y Sotheby´s… algún día cuando pocos o nadie se acuerden del saqueo en Occidente? ¿Cuáles llegarán por ignotos “caminos verdes” a los grandes museos de Nueva York, París o Londres? ¿Acaso los despojos del arte religioso cristiano bizantino de Constantinopla no están repartidos en numerosos templos occidentales?
El patrimonio del Museo de Bagdad no se recompondrá jamás. El desvalijado legado milenario de las culturas que acunaron la civilización occidental levanta su dedo acusador contra el despojo tolerado por las bayonetas extranjeras.
Presenciamos el destrozo de un patrimonio cultural de la Humanidad, de parte de un legado que nos dejo el conjunto de civilizaciones neolíticas que floreció en las márgenes del Éufrates y el Tigris, de la antiquísima Sumeria que nos regaló la rueda ¿Qué tiempo de observación empleó el hombre para llegar a ese invento, varios milenios antes de nuestra era,
que lo revolucionó todo como ocurre con internet, a partir de la segunda mitad del Siglo XX? Fue tan importante la rueda, que la historia de las civilizaciones no se concibe sin ella.
Pero además, de esa tierra que mira hacia el mar, a través del Golfo Arábigo-pérsico, nos llegó la escritura cuneiforme, más antigua que la jeroglífica de Egipto. Estamos hablando justamente del sitio donde comenzó la Historia, del lugar cuyos pueblos parieron el arado, el bote a vela; la moneda, los arreos para animales; de la zona donde floreció la metalurgia, la navegación, de naciones con una identidad arquitectónica que todavía deslumbra a los arqueólogos, de gente que escudriño la bóveda celeste, de represas y canales para la agricultura, el transporte fluvial y sobre todo la domesticación de las aguas de los dos grandes ríos. Con un poco de imaginación viajamos al pasado, entramos a Babilonia, en el 550 a.C. caminamos por sus calles, admiramos sus palacios y templos, el orden de la ciudad con sus fuentes, los mercaderes, la bulliciosa multitud orgullosa que se agita en los amplios espacios de la urbe y sobre todo, la magnificencia de los jardines colgantes, que maravillaban al viajero y que recogió Heródoto en su historia; en una explanada vemos a un cuerpo militar entrenándose para la próxima campaña defensiva de la frontera norte del Reino y más allá observamos un oficio religioso al poderoso Dios Marduk.
Pegamos los oídos para escuchar los últimos comentarios de actualidad entre algunos funcionarios: la gigantesca ola modernizadora de la urbe desarrollada por el Rey Nabucodonosor II es el tema central de conversación. Un hombre corpulento de aspecto extranjero habla de Ley divina y se refiere a un código muy antiguo grabado en piedra, con 282 leyes que rigió en los tiempos en que reinaba Hanmurabi. Otro personaje habla de la conquista de Jerusalén y el sitio de Tiro. Como me costaba entender el babilonio antiguo sigo mi camino y observo que gran parte de la opulenta ciudad “Está en obra” como dicen en España hoy, 25 siglos después, para significar que hay remodelación y construcción por todas partes.
Una larga caravana de esclavos (botín humano conquistado en las frecuentes guerras) se dirige hacia el sur para construir un embalse y abrir varios canales de regadío; otra febrilmente levanta murallas. Me alejo hacia la periferia y observo emocionado la deslumbrante fortaleza en que Nabucodonosor transformó la ciudad capital del Reino. Llego a una playa del Éufrates y descubro a un hombre tocando una especie de flauta, mientras un barquichuelo a vela se balancea a pocos metros. El hombre deja de tocar y alaba en un cántico lánguido y melodioso
A los a los jardines que cuelgan como macetas desparramadas de flores, obra ordenada por el Rey para honrar a su Reina.
Entonces Babilonia estaba lejos todavía de ser conquistada por un Rey persa llamado Ciro y nadie imaginaba que dos siglos después, en el palacio de Nabucodonosor moriría el primer gran conquistador del mundo antiguo, un príncipe macedonio que pasaría a la historia con el nombre de Alejandro Magno.
Con Babilonia, hemos hecho un intento de ejercicio de imaginación, pero siempre, partiendo de la realidad preexistente, del pasado, de lo que vemos y nos permite asomarnos a la prospectiva de lo posible. Ese asomo del hombre para descubrir siempre algo más allá lo empujó a abrir caminos: primero fue la senda marcada por los pies y después la carretera romana, primero fueron las manos para agarrar cosas y después las mismas manos para transformarlas, defenderse, pegar, acariciar y proyectarse, a partir de su necesidad en el caso de la máquina de escribir que es la proyección de los dedos del hombre para volar y construir ideas sobre el papel y el piano cuando esos mismos dedos se transforman en interpretes y hacedores de música o en el pincel que es el dedo, recreando en colores los sueños del hombre.