El gran bardo griego Homero quien supuestamente vivió en el Siglo IX antes de Cristo, vertió sus sueños en La Ilíada y La Odisea, a partir de una realidad remota mezclada con la leyenda y el mito y así contribuyó a edificar la épica de pueblos que en su conjunto, llámese Grecia o Mundo Heleno, parieron la Civilización Occidental (que lanzó su primer gemido en Mesopotamia). Ambos poemas retrataron la realidad y los sueños y los interpretaron. También el vate latino Virgilio en su gran poema La Eneida regaló el mismo legado épico a Roma, pero la prosa virgiliana fue posible porque existió anteriormente Homero leyenda, Homero mito u Homero real plasmado en dos obras poéticas estelares del mundo antiguo.
Tanto Homero, cuya existencia real se pierde en la leyenda como Virgilio tuvieron una gran dosis de temeridad y audacia creadora y allí está el milagro que el artista logra en la obra de arte, cuando traspone la puerta de la genialidad.
Temerario fue Dante Alighieri cuando escribió su teológica Divina Comedia y colocó en el infierno a más de un prelado. Veamos este, entre otros ejemplos: “Eclesiásticos fueron todos estos que están sin pelo –papas, cardenales- bajo el poder de la avaricia puestos” (Infierno. Canto VII, círculo IV avaros y pródigos) Si bien el poeta florentino no enfrentó entonces los intereses del Alto Clero romano, se movió entre las brasas de la Inquisición, entre las luces y sombras del Renacimiento. La obra de Dante, por definición, es un retrato creativo de la realidad. El poeta se retrotrae al pasado para criticar el presente. Por eso se mueve entre los muertos en su viaje al Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.
¿Y qué decir de ese monumento épico de la literatura india: El Ramayana, atribuido a Valmiki (Poeta del siglo V a.C), para muchos la fuente primigenia en la que deben beber todos los poetas. No se trata de indagar ahora si Rama cuyas aventuras narra el poema, existió o no. Se trata sí, de una grandiosa epopeya, obra maestra de todos los tiempos que existe porque existió el apasionante universo histórico, filosófico y místico de la compleja sociedad y crisol de civilizaciones que anidó en el subcontinente indio desde tiempos inmemoriales.
Tan imperecederas son La Ilíada, La Odisea, La Eneida y El Ramayana, que sin el estudio de esas obras es imposible conocer en toda su dimensión a los pueblos de los mundos griego, romano e indio. Para simplificar, en pleno Siglo XXI no es posible conocer a Italia sin la cultura de la pasta y el vino; al mundo árabe sin la de tabule y el quipe, al griego sin la nostalgia de sus canciones llenas de sal y lágrimas y ¿Por qué no?, al venezolano sin el rito gastronómico de la arepa y el cafecito “marrón claro”, “guayoyo” o “negro largo”
Otro gran poeta, el portugués Luis Vaz de Camoens (1524-1580) con “O lusiadas” subraya el orgullo lusitano, el espíritu ultramarino de su pueblo. El bardo parió ese gran poema épico porque Vasco de Gama existió y ciertos fueron sus viajes, aventuras y descubrimientos geográficos. Camoens partió de una realidad, aunque ya engarzada en la leyenda, pero realidad al fin ¿O es que acaso la ficción no es hija de la realidad? El “Cid Campeador”, de la pluma de Rodrigo Díaz de Vivar, glorifica al héroe de la reconquista de España y de cierta manera edifica a todos los héroes anónimos cristianos de aquella gesta en versos primorosos. La sangre y la espada se deslizan en el poema con bellas palabras y esa es otra virtud de lo que se imita con sentido creador; Bucéfalo, el caballo de Alejandro, adquiere perfil de ángel en el campo de batalla entre descabezados persas y alaridos de muerte.
Cuando hay una narración, un canto sobre una realidad, hasta el quejido es melodía, porque en verdad no hay guerra hermosa si alguien perdió al hijo o a la madre, la hacienda bien habida o la virginidad por la violencia, si la bomba cayó sobre un hospital de niños o un asilo de ancianos en el Berlín de Hitler o en el Hanoi de Ho-Chi-Ming.
Más acá Netzahualcoyotl, el poeta del antiguo México precortesiano nos legó fragmentos de las voces mil veces cercenadas de su pueblo y partió también de una realidad, de alguien que le cantó sus penas en el río, en la mazorca de maíz o el grano de cacao. Siempre en toda obra subyace un modelo y muchos.
Los pueblos necesitan héroes para el bronce en las estatuas, a veces tal vez el artista los crea como el poema persa de Gilgamesh o el gaucho en Martín Fierro, del argentino José Hernández (1834-86). Siempre hay una premisa: lo existente en el presente o en el pasado ¿Pudo Neruda escribir buena parte de su poesía sin Bolívar, San Martín u O’higgins? Es más ¿Pudo Bolívar librar la lucha por la Independencia sin la existencia de España o los intereses particulares de los criollos? ¿Pudo Zamora encabezar la Guerra Federal, en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XIX, sin los blancos mantuanos terratenientes y los negros hambrientos de justicia secular? ¿Pudo Eduardo Blanco escribir “Venezuela Heroica” sin que hubieran existido Bolívar, Sucre o Miranda? ¿Acaso Neruda concibió su “Canto General” de un sueño extraterrestre o fue la gesta que transitó por esas tierras de América mestiza su fuente de inspiración? ¿Fue casual el que Isaac Newton descubriera la Ley de Gravedad por la caída de una manzana, aunque muchos dudan de que eso hubiera ocurrido? Más allá de la veracidad o no del suceso, el matemático, físico, astrónomo, alquimista y filósofo inglés pasó buena parte de su vida dedicado a la contemplación de la naturaleza con ojos de explorador científico, de manera que el hecho aparentemente fortuito fue parte de lo previsible.
¿Cuántas manzanas cayeron frente a los ojos del sabio? ¿Cuántas dejó caer? ¿Qué cantidad de páginas llenó de anotaciones para respaldar su descubrimiento? Y es más, desde que formuló esa Ley física ¿Cuántas observaciones y experimentos se hicieron, hasta llegar a la Era de la Carrera del Espacio?
No existe una referencia directa de Newton sobre el tema de la manzana. De acuerdo con publicaciones especializadas, la Ley de Gravitación Universal se conoce desde 1685 y fue la culminación de un largo ciclo de investigaciones. El único dato sobre el asunto lo registra William Stukeley en sus Memorias de la vida de Sir Isaac Newton. Según la versión de ese autor, la chispa que encendió en la mente del sabio inglés la idea de la Gravitación fue la caída de una manzana y se preguntó: “¿Por qué tiene que caer la manzana siempre perpendicularmente al suelo? ¿Por qué no cae hacia arriba o hacia un lado y no siempre hacia el centro de la tierra?…la razón tiene que ser que la tierra la atrae. Debe haber una fuerza de atracción en la materia y la suma de la fuerza de atracción de la materia de la tierra debe estar en el centro de la tierra…”
Cierto o no el cuento de la manzana, tan popular como el mito de la fruta del Paraíso Terrenal con la que Eva pecó y tentó a Adán, el papel de la observación en la historia de las civilizaciones ha sido y es vital. Primero se observa, luego se imita lo observado y se crea sobre esta premisa, virtualmente desde que el hombre bajó de la mata hasta nuestros días. La astronomía moderna en particular y la ciencia en general le deben mucho a Newton. El hombre es su indetenible afán de escalar peldaños cada vez más altos en el conocimiento hace rato que venció la Ley de Gravedad y anda gateando en el espacio extraterrestre, tras las huellas que avizoró Galileo, entre otros. Si no hubiera existido el lente de del germano holandés Hans Lippershey (1570-1619) y su diseño de un primer telescopio –aunque la paternidad sea discutida- el matemático, físico y astrónomo pisano no hubiera construido el primer instrumento para explorar las profundidades de la bóveda celeste.