Me voy buscando a mi mismo como serpiente
que se muerde la cola.
El Universo, esa cosa abstracta, antojadiza, inútil
en la brevedad del ser, es mi propio aliento
que hace espirales como volutas de humo en invierno.
Diría mejor: mi Universo, el que bebo en cada copa de vino;
el que respiro todos los días
y se mueve en sístoles y diástoles dentro de mi pecho.
A veces me olvido de que soy un milagro
que se mueve con su ritmo acompasado por mis venas.
Tampoco tomo en cuenta que algún día,
en alguna hora, en determinado minuto
parará el reloj de mi catedral.
Probablemente ese día, Dios se irá conmigo.
No sé ni me importa que ocurrirá después de mí
y aunque me importara cómo realmente será todo,
nada puedo hacer. Ni siquiera la filosofía mal aprendida,
dando traspiés por este mundo de calles empedradas,
de asfaltos interminables, de torres y humo me lo podré llevar.
Todo lo que pienso de mí se quedará o volatilizará:
mi particular teoría de la relatividad, mi Ley de Gravedad.
Mis teoremas y ecuaciones que no pude descifrar
en los labios de ninguna mujer se esfumarán sin herederos.
No podré cargar con nada, ni siquiera con esta pobre vanidad.
¿Después? ¿Qué importa después? No hay después.
El mañana siempre es pasado y ahora corro para escribir lo que pienso,
antes de que la ideología venga a azotarme
o el manual de buenas costumbres,
que yo creí armar en el tiempo que me ha tocado vivir.
Ni siquiera siento terror ¿Qué es eso?
Pero también ¿Qué es todo?
¿Qué hago con mis palabras y con los deseos
que se van encapsulando en los recuerdos?
No puedo llevar la mirada, aunque la quisiera para ver
–si es que del otro lado se puede ver- una explosión de polvo
en la primordial arena,
una playa que acaricie los traviesos pies
de una muchacha mañana o dentro de mil años.
Yo no veré el futuro tal como está establecido en los almanaques.
Ignoro si renaceré en otra parte o ladraré
como un proscrito perro en Nueva Delhi.
¡Corre! –vuelve a decirme la voz interior que quiero escuchar-
trasciende, aunque sepas que solo queda el olvido,
porque nadie sabrá que fuiste hombre o solo un sueño
quizá, una partícula invisible en mi universo
que inevitablemente se está borrando.