De antaño soy el numen
del que bebieron en sublime mesa
los bardos primordiales de la tierra.
Escuchad la memoria
de cómo destruyeron
el arte de pensar en los humanos
el canto del poeta
y el amor que redime:
En sus carros alados vinieron los extraños
a mostrar el camino de la vida.
Llegó el Crezpúz, supremo sacerdote,
a marcar con su vara
el espacio conquistado
por las huestes de Azhar.
Se levantó la ira
lloró el viento
y se perdió la luz.
“Shevú, yo te desvelo”, dijo la onda herida
de la madrugada.
cuatro campanas doblaron
y fue fiesta de muerto.
¡Shevú es el Poder, huidle!
gritaron las entrañas del planeta.
advirtieron a los seres subterráneos
sobrevivientes de la última hecatombe:
el poder, peligroso señor
que lo corrompe todo
por la insania del ser
que no se arredra
ante tanta miseria,
está ahí, se erige
cual déspota impoluto
en nombre de la cara libertad.
No hizo caso el hombre.
sintió necesidad de mandar
y ser mandado.
De laureles cubrió la sangre rota.
Fue atroz el espectáculo
de gemidos y llanto.
la luz del vientre de la yerma tierra
devoró golosa los muertos.
El cuchillo de los vencedores
parió héroes y mártires.
La desmemoria perdió el paso
de legiones y culturas.
Pájaros y serpientes
llegaron por millares
a devorar el pútrido cadáver
de una arpía llamada Historia.
Apocalipsis desechó el festín
que las arañas abandonaron en las grutas
cuando el sol regresó para anunciar
el paso de la vida con la Luna.
Los guardas de la noche desertaron
como siempre
como antes del choque de la niebla de sal
venida de otros mundos cargados de silencio
de negras nervaduras
sin savia ni gusanos
ni vestigios de hormigas roedoras.
Fue una invasión de eternidad sin ternura:
despiadada, holgazana
hundida en el vacío profundo de los miedos
El horror fabricante de fantasmas:
El caos primordial del que aun formo parte
Como tú, aunque lo niegues
Y te niegues.