La vaca excretó poemas
sobre el oxidado riel
del difunto ferrocarril.
Fue una montaña enorme:
toda la poesía del Mundo
en un promontorio de estiércol.
Sonetos, odas, versos libres, silvas,
los estilos de todas las escuelas
en un escarpado monte verde intenso,
azulado y marrón.
Los campesinos llegaron
de muchas partes para llevarse
una porción de excremento.
Trajeron en su caminata
el secreto deseo de obtener
una buena cosecha
de rozagantes papas.
Unos pensaron
en saludables pimientos,
berenjenas y rúgula.
Otros acariciaron
rojísimas fresas
y robustos melocotones.
Aquellos: toneladas de trigo
arroz y granos. Los otros:
alimento para sus ganados.
La interminable cordillera
de masa verde, negruzca
que la vaca dejó sobre los rieles
del viejo tren, fue desde aquel agosto
de 1945, una tromba de alimento
de inteligencias.
Hiroshima y Nagasaki
son un plato de la nueva barbarie
que se comió los sonetos
de Shakespeare y Petrarca.
La mesa está servida
con la Divina Comedia,
la Ilíada y la Odisea
las Rimas y Leyendas de Bécquer
el infinito sueño creador de Neruda
el vino de Khayyam
la nostalgia de Alfonsina
los dolorosos grises de Vallejo:
todo el dolor del mundo
hecho una montaña de estiércol
una cordillera de detritus
sobre los rieles
de un viejo ferrocarril:
una locomotora muerta,
la Historia que renace cada día
sobre el hongo japonés.
La desmemoria de una Humanidad
que no sacia el apetito
de comerse a sí misma.