Oscar Perdomo Marín
Luis Perú de la Croix
Personajes:
Luis Perú de La Croix: (57) General del Ejército Libertador de origen francés.
Hostelero Cyrile: (60) Dueño del hotel parisino donde se hospeda De la Croix. Cojea de la pierna izquierda.
Hortence: Condesa de Mont Blue (45) esposa de Cyrile.
Figura: Alter ego de Perú de la Croix en sus minutos finales.
Escena I
Pequeño salón de un hotel de la Rue de Beaune en París.
Es el sitio de estar de los dueños del establecimiento. Enero de 1837. La luz mortecina de la tarde ilumina la escena: dos mesas, una en el centro del proscenio con dos sillas y otra al fondo. En el lateral derecho, una ventana y en el izquierdo una puerta que da al interior. Sobre la mesa del fondo, una garrafa de vino y un juego de copas grandes. En el espacio de la pared entre la puerta y la ventana, cuelga un reloj antiguo como elemento decorativo dominante.
Dos hombres juegan ajedrez: el General Luis Perú de la Croix
y el hostelero Ciryle
HOSTELERO.- ¡Jaque mate! Señor General.
DE LA CROIX.- ¡Oh, no es posible señor Ciryle!
HOSTELERO.- Fue muy fácil acorralar a su Rey. Vamos es solo un juego. No ponga esa cara.
DE LA CROIX se levanta contrariado
DE LA CROIX,- Hasta esa destreza la perdí
HOSTELERO.- (Satisfecho y fanfarrón) Lo que no se puede perder en esta vida es la destreza para ganar dinero y…
DE LA CROIX.- Ya sé, ya sé. No lo vuelva usted a repetir. Llevo ocho meses
hasta el último franco.
EL HOSTELERO también se levanta y trata de conciliar
HOSTELERO.- Estoy seguro, pero ya se agotó…aunque no se preocupe. Hoy todavía puede dormir en paz.
DE LA CROIX.- La medalla que le entregué es de oro con incrustaciones de brillantes y tiene un especial valor sentimental para mí.
HOSTELERO.- Oro…¿De dónde fue que me dijo?
DE LA CROIX.- Legítimo. De las minas de Aroa, en Venezuela. Fue un obsequio de mi amigo, el Marqués del Toro, un patriota muy distinguido ¿Me entiende usted?
HOSTELERO.- Nada. Pero no importa (Llama) ¡Hortence! Por su solvencia, mi mujer servirá algo para alegrar el estómago, pero mientras tanto, brindemos con un tinto de la casa. Que nada envidia al de Burdeos.
EL HOSTELERO se dirige a la mesa del fondo y escancia vino en dos copas
DE LA CROIX.- En realidad no quiero tomar ahora.
HOSTELERO.- ¿Y cuándo? Si me permite un consejo, con todo respeto, deje esa cara sombría y busque dinero.
DE LA CROIX.- ¿Dinero? ¿Usted no tiene otra cosa en que pensar? La vida
Cyrile es mucho más que eso.
HOSTELERO.- El dinero es lo que mueve al mundo, no el amor como dicen los poetas, que de paso no quiero a ninguno en mi hotel.
Venga, brindemos (Le alcanza una copa a De la Croix) ¡Vamos, va por la casa! (Grita) ¡Hortence! ¿Dónde diablos se habrá metido?… ¡Salud, General, por su solvencia!
DE LA CROIX.- Para que no diga que soy aguafiestas ¡Salud!
HOSTELERO.- Así está mejor. Recuerdo mis tiempos de anticuario. Hacía
buenos negocios y prestaba dinero con intereses razonables. Después compré este sitio…
DE LA CROIX.- ¿Compró?
HOSTELERO.- Bueno. Era un palacete de un conde arruinado, borracho y
jugador. En realidad se trató de un embargo y gracias a Nuestra Señora de París tengo este hotel muy cerca del lugar donde vivió el gran Voltaire. No crea amigo, yo también sé de letras, claro como usted, nunca. Añádale a eso que también tuve mi experiencia militar.
DE LA CROIX.- ¿Usted? ¿Militar? Convengo en que ha leído algunos libros porque como anticuario necesitaba desenvolverse con ciertos conocimientos.
HOSTELERO.- Ni tanto. Me aprendía unos cuantos nombres de pintores y
cristales, joyas y estilos.
DE LA CROIX.- Militar usted.
HOSTELERO.- Por eso lo acepté en mi hotel, porque estuvo en una de las
batallas en que yo estuve y porque además…
DE LA CROIX.- Pensó que yo venía cargado de oro de América ¿Dónde sirvió y qué grado tuvo en el ejército?
HOSTELERO.- Fui sargento mayor de la Guardia Nacional en los últimos dos años de Luis XVI; me retiré y empecé en el negocio de las
antigüedades, que pertenecieron a algunos nobles en buena hora guillotinados en los tiempos del señor Robespierre. Después fui llamado a filas cuando Napoleón comenzó a ascender y luego…
DE LA CROIX.- (Reivindicado) Se le acabó el negocio.
HOSTELERO.- ¿Quiere también usted darme un jaque mate? Pues, fíjese:
me las agencié para caer en servicios logísticos del Ejército del Norte. Aunque no pude evadir un balazo que me dejó medio lisiado de la pierna izquierda ¿Quiere ver?
DE LA CROIX.- Por favor no haga eso.
HOSTELERO.- Hice valer mi experiencia y de alguna manera continué negociando ¡Eso, amigo! Perdone lo de amigo, pero hay que negociar siempre para ganar. No me mire así. De ninguna manera estoy diciendo que usted es un perdedor.
Entra una ráfaga de viento. Una FIGURA etérea, misteriosa, apenas visible atraviesa es el escenario y desaparece
DE LA CROIX.- Lo insinúa, pero poco importa…oiga, ese viento…
HOSTELERO.- Eso no es nada. Pero a lo que vamos: posee usted unos papeles muy valiosos, según dice y está bien conectado con la gente de ese periódico… “El siglo”. Ellos tienen buen dinero, según usted y me pregunto: ¿No estará soñando el General Luis Perú de La Croix?
DE LA CROIX.- Ah, Cyirile, Cyrile: seguramente usted oyó hablar de Juan Jacobo Rosseau y su Contrato Social o de Montesquieu. ¡Pensadores de trascendencia universal!
HOSTELERO.- Entiendo poco de esas cosas, pero si, claro.
DE LA CROIX.- Pues sepa usted señor que yo soy el autor del “Diario de Bucaramanga”
HOSTELERO.- ¿Y qué es eso de Bucaramanga? Por lo que veo el diario o como se llame no le da para pagar este hotel, que si bien no es gran cosa porque ni por asomo un rico viene a alojarse aquí, es mi querido General, el Palacio de Versalles para un ilustre oficial como Su Señoría que viene de servir al gran Napoleón y al, al…
DE LA CROIX.- Libertador Simón Bolívar, el más grande entre los héroes. Nunca levantó su espada para oprimir ni sus soldados para saquear y lo más sublime ¡Jamás tuvo la tentación de coronarse emperador de nada! ¡Gloria de mí, señor por haber tenido el privilegio de servir a Su Excelencia y de escribir en su honor y para mi posteridad! Escuche bien mi diario es el único gran retrato histórico del creador de la Gran Colombia.
HOSTELERO.- Ah, entonces debería yo, bajar la cabeza ante usted. Muy bien, eso merece otra copa (Sirve de nuevo vino). Aunque pudiera sorprenderle, siento un gran respeto por usted General De la Croix ¡Salud!… pero aquí estamos: yo con mi negocio y usted con el suyo. Me gustan y exijo los pagos puntuales por mis servicios hoteleros y usted parece deleitarse en las glorias pasadas, que no le producen ninguna ganancia. Discúlpeme, pero no entiendo nada de su Gran Colombia ni de todas esas historias que cuenta.
DE LA CROIX.- Su mujer, con todo respeto, sí que entiende.
HOSTELERO.- (Con sorna) La condesa ¡Je! ¡je! ¡je! … Hortence es demasiado caritativa. Después de todo es interesante hablar con usted…es algo así… ¿Cómo le digo?
DE LA CROIX.- Como un osito de lana que lo entretiene.
HOSTELERO.- Por favor, Francia tiene tantas historias que nadie las quiere…de verdad ¿Usted cree que “El siglo” publicará las suyas?
DE LA CROIX.- Ya le dije que le pagaré todo., que tengo buenas perspectivas con los editores de “El Siglo” y también parientes aquí. Usted ve que estoy muy ocupado escribiendo todo el tiempo.
HOSTELERO.- El tiempo es implacable. El día a día General. Ni siquiera usted puede aspirar a una pensión que le correspondería como oficial que fue del ejercito de Francia y mucho menos con la monarquía restaurada y además, disculpe si le digo esto: aquí un grado militar colombiano carece de valor, pero no se preocupe, voy a confiar en usted.
DE LA CROIX.- ¿Qué quiere usted decir?
HOSTELERO.- ¿Qué le digo? Su promesa de pagar y entre caballeros ¡Palabra santa! Puede quedarse unos días más en mi hotel.
DE LA CROIX.- ¿Habla en serio?
HOSTELERO.- Digamos dos semanas más o bueno, mientras consigue…y quizá su familia otra vez…
DE LA CROIX.- Usted sabe que mi familia está lejos en el sur. No sé qué decirle, pero quizá, tal vez…nada es eterno.
HOSTELERO.- Así es. Por hoy no me diga nada. Ya me pagará con intereses… a propósito, parece muy interesante ese camafeo que lleva colgado al cuello (Estira la mano para tocar el camafeo)… ¿Puedo?
DE LA CROIX.- Es un regalo de mi esposa. Es de nácar con incrustaciones de oro y plata del Perú.
HOSTELERO.- (Lo palpa con dedos expertos y ojos avaros) es hermoso, pero no vale mucho.
DE LA CROIX.- Para mí es un tesoro
HOSTELERO.- Quince días adicionales de alojamiento y comida. No se asuste, no todavía, perdón (Grita) ¡Hortence!
EL HOSTELERO se dirige a la puerta y vuelve a llamar. De la Croix mira indistintamente el camafeo y el reloj.
DE LA CROIX.- (Para sí) otro día que se agota ¿Y mañana? ¿Qué vendrá mañana?
HOSTELERO.- ¡Hortenceeee! Por favor
DE LA CROIX.- (Sigue monologando) Mañana, no lo sé
HOSTELERO.- ¡Hortenceeee!
Escena II
Entra HORTENCE. Es una mujer de unos 45 años, de apariencia nerviosa, blanca, delgada, de mirada melancólica, todavía esbelta, Da la impresión que le dice adiós a una belleza que se marchita.
HORTENCE.- Oh, Cyrile, Cyrile, grita usted demasiado…oh, perdón General (Mira el reloj) ¡Uff, la cinco de la tarde! Antes de que me diga que si todo está resuelto para la cena, que los nuevos dos huéspedes que entraron esta mañana, etcétera, le informo que acaba de llegar el señor Comisario Doniers.
HOSTELERO.- ¿Doniers? Me había olvidado, perdón Señor General. Estaré ausente por lo menos dos horas (Se dirige hacia la puerta y en el umbral voltea) No será esta nuestra última partida de ajedrez…ah, Hortence, que no le falte nada a nuestro querido General. Nos vemos en un rato.
Sale el hostelero. Se oye música renacentista que viene de la calle, HORTENCE va hacia la ventana y desde allí se dirige a De la Croix
HORTENSE.- Venga General. Es un grupo de músicos callejeros. Están alegres de verdad y con ropas muy coloridas.
DE LA CROIX se dirige también a la ventana
DE LA CROIX.- ¿Qué celebran?
HORTENCE.- Cualquier cosa. El milagro de la vida.
DE LA CROIX.- El milagro de la vida.
HORTENCE.- ¿Qué pasa con usted, señor General?
DE LA CROIX.- Vida y muerte, querida señora. Siempre estamos atrapados
(La música va cesando gradualmente) la vida se nos va como esos músicos ¿Y qué queda?
HORTENCE.- Luchar señor, luchar hasta el fin y si me disculpa. Voy a continuar con mis quehaceres, Con su permiso.
DE LA CROIX.- Es todo suyo, señora, pero…
HORTENCE.- ¿Pero…?
DE LA CROIX.- Tonterías, tal vez cosas de viejo.
HORTENCE.- No se deje martirizar por mi marido
DE LA CROIX.- Si usted está de mi lado no creo que logre su objetivo. A propósito señora, quisiera pedirle un favor.
HORTENCE.- ¿Qué será?
DE LA CROIX,- Verá. Soy un interlocutor de mí mismo e intuyo que usted es una persona culta y sensible, que por razones que desconozco está aquí en este hotel y …
HORTENCE.- Casada con Cyrile Busquet ¿No es eso lo que le extraña?
DE LA CROIX.- Por favor, señora. Jamás pretendería mezclarme en su vida. Finalmente soy un desconocido para usted, para todos en el país donde nací y bueno…
HORTENCE.- Usted es un hombre honesto, lo olfateo ¡Son varios meses que nos vemos las caras todos los días! y además está muy solo…
DE LA CROIX.- Le agradezco todo lo que dice, pero ¿No le parece…digamos como arriesgado?
HORTENCE.- ¿Cómo puede un ciego ver y un sordo escuchar? Y oyen y ven las cosas del alma. Los sentimientos son un misterio; la soledad también lo es porque puede oír el silencio. Me basta con saber que puedo percibir en usted a un hombre bueno atrapado en su propio laberinto.
DE LA CROIX.- Señora
HORTENCE.- ¿En qué puedo ayudarlo General?
DE LA CROIX,- Quisiera dejar mis soliloquios o por lo menos compartir algunos con usted.
HORTENCE.- Ahora si no le entiendo. Vamos, dígamelo de una manera más…llana.
DE LA CROIX.- ¿Puedo pedirle que lea algunas de mis reflexiones e historias? Verá y creo que lo sabe, he hablado en “El Siglo” para publicar cosas y me encantaría.
HORTENCE.- Soy una lectora total.
DE LA CROIX.- Y toca muy bien el violín.
HORTENCE.- Es lo único realmente valioso que tengo. Aprendí a tocarlo en la Abadía. Las partituras de Mozart y Vivaldi fueron mis joyas preferidas durante mucho tiempo, pero dígame: ¿Cuándo tendré esos papeles?
DE LA CROIX.- En media hora, solo que…
HORTENCE.- No se preocupe. Será un secreto entre amigos.
Sale HORTENCE, tras dirigirle una enigmática mirada a De la Croix
La luz se va cerrando sobre la figura de De la Croix
DE LA CROIX.- Es una mujer muy particular y yo no tengo derecho. Ah soledad ¿Por qué te empeñas en pelarme los dientes?
Oscuro.
Escena III
Habitación vacía de Perú de la Croix. Atmósfera gris. Débil luz de calle. Una cama angosta, Una mesa. Libros y papeles sobre la mesa. Una silla. Una ventana con vista al Sena desde cierta distancia porque la calle del hotel no da directamente al río,
De pronto el viento fuerte bate la ventana. La FIGURA espectral aparece de nuevo y se puede distinguir aunque borroso que viste uniforme militar Se desliza hacia el ala izquierda del proscenio.
Alguien entra sigiloso. Es el HOSTELERO CYRILE. Husmea por todas partes. Levanta las sábanas, almohadas y cuida de colocarlo todo en su sitio. Repara en los documentos que están sobre la mesa y los hojea con avidez. A medida que revisa monologa
HOSTELERO.- Basura, pura basura ¡Es que este hombre no deja de intrigarme y el Comisario Doniers siempre preguntando cosas! Que empeño este el de los sabuesos de buscar vacas en el mar.
FIGURA.- (Voz sorda y espectral que el hostelero no oye) Las ratas siempre, husmeando el queso.
HOSTELERO.- Por otro lado, este General es tan desconfiado que anda con sus pocas joyas encima. Bueno ni tanto: una condecoración, sus insignias militares y un juego de cubiertos de plata ¿Eh, que hay aquí? (Toma un documento) Está marcado en negro (Busca la luz que entra por la ventana) ah, la relación de los documentos que le entregará a El Siglo o que le entregó, para el caso da lo mismo. Me mata la curiosidad, haber… (Lee)
“Hago formal entrega el periódico El Siglo, representado en esta ocasión por el señor Pierre Marcel Goncourt, de los siguientes documentos: mis memorias en dos tomos, incluyendo 22 años en el Nuevo Mundo”
¿Memorias? ¿Y a quien le interesa eso? Si toda esa gente que estuvo en La Bastilla y después de La Bastilla –Los líderes quero decir- les hubiera dado por escribir sus memorias y Napoleón y quienes le siguieron no cabrían los libros en la biblioteca más grande de París y el terco General De la Croix se empeña en que publiquen las suyas. Déjame seguir leyendo, ¡ajá! , aquí:
FIGURA.- Como dice el Eclesiastés “Vanidad de vanidades” la inmortalidad en manos de un mercader…
Sale la figura
HOSTELERO.- (Lee) “Colombia desde su creación hasta su destrucción o resumen histórico de las revoluciones políticas que más han contribuido a la destrucción de esta República (Dos volúmenes) ; un volumen que contiene “Las memorias de Pacheco, portero vitalicio del gobierno de Bogotá” haber aquí dice también que entregó otros documentos, algunos inconclusos sobre efemérides colombiana; documentación sobre diferentes eventos y sobre todo, según veo: El Diario de Bucaramanga, que considera su contribución cumbre a la historia porque trata de la vida pública y privada del Libertador…pero aquí dice, si…que el mencionado Diario de Bucaramanga lo tiene un señor Marqués del Toro, amigo suyo en Caracas y que dejó instrucciones para que dicho importante documento llegue a los señores de El Siglo, a través de los canales diplomático de Francia.
Se me hincha la cabeza con tanta cosa de este General arruinado y sin futuro, que pretende vivir a mi costa hasta la eternidad (Coloca el texto en su lugar) Creo que perdí mi tiempo, pensé que iba a encontrar algo más interesante aquí (Observa hacia el suelo) ¡Oh un par de botas! (Las levanta) Por lo menos están bien lustradas ¿Cuánto dinero podría obtener por ellas? (Coloca las botas en su lugar) Mejor me largo.
Ruido de pisadas de alguien que se acerca. Abre la puerta. Es Perú de la Croix, Deja la puerta entre abierta y cae en la cama. CYRILE, casi gateando trata de abandonar la habitación tropieza con la pared.
DE LA CROIX se levanta de un salto y descubre a Cyrile. Instintivamente saca una pistola que el hostelero jamás le había visto.
DE LA CROIX.- ¡Por Dios! ¿Qué hace usted allí en el suelo?
HOSTELERO.- Estaba inspeccionando. A veces alguna alimaña – Usted sabe- una rata o…un escorpión, pero por favor, baje esa arma. No creerá que yo, ,bueno a veces….usted entiende ¿No?
DE LA CROIX.- Claro que entiendo (Guarda el arma) Por favor, levántese.
HOSTELERO.- (Se levanta. Balbucea) General, yo….
DE LA CROIX.- Nada que explicar. Usted está en su derecho. Es el dueño y yo su huésped deudor.
HOSTELERO.- Eso lo hemos hablado…oiga General ¿Y esa pistola? Nunca se la vi. Parece buena y hermosa.
DE LA CROIX.- Es un revolver Collier inglés y, por supuesto, no lo iba a encontrar en su inspección en busca de alimañas.
HOSTELERO.- Debe costar sus buenos francos ¿No?
DE LA CROIX.- Es de plata y acero del mejor.
HOSTELERO.- Grandioso…con su permiso. Seguiré mis inspecciones en los pasillos, perdón ¡Je! ¡Je! ¡Je!
Abre la puerta para salir y se topa con Hortence
HOSTELERO.- ¡Hortence! ¿Qué haces?
HORTENCE.- Estaba con madame Marie Rose en la habitación del al lado y lo escuché señor. Pensé que algo ocurría y…disculpe General cierra la puerta pero su voz se oye en la habitación. DE LA CROIX asume una actitud de incrédula resignación.
VOZ HORTENCE.– ¡No estoy de acuerdo, no señor!
VOZ CYRILE.- ¡Soy el dueño!
VOZ HORTENCE.- Usted tiene que respetar la privacidad del huésped y más aún, del General!
Toques en la puerta
DE LA CROIX.- Entre, por favor.
HORTENCE.- Señor General, mi marido y yo queríamos expresarle que…
DE LA CROIX.- Agradezco mucho señora, pero no pasó nada.
CYRILE.- Es verdad. Nada sucedió.
DE LA CROIX.- Me disgusta ser motivo de discordia.
CYRILE.- Nunca General ¿Verdad Hortence?
DE LA CROIX.- Los derechos del dueño son los derechos del dueño. De repente le doy una buena noticia, señor Cyrile.
HORTENCE.– ¿Noticia, dijo?
DE LA CROIX.– Se me acaba de ocurrir. Ahora si me permiten.
CYRILE.- No faltaba más. Aquí no pasó nada. Será un placer compartir la mesa en el almuerzo ¿Verdad Hortence?
Oscuro
Escena IV
Salón del hotel.. El HOSTELERO CYRILE y HORTENCE discuten
HOSTELERO.- Voy a subir el precio de las habitaciones. Todo está más caro: el carbón, el jabón. La lavandera se queja de la paga y por algo veo malas caras en la cocina y usted todavía…
HORTENCE.- ¿Todavía qué?
HOSTELERO,- Se compadece de ese señor De la Croix, cuya única posesión es un montón de papeles inútiles.
HORTENCE.- ¡Cómo se ensaña usted con el señor De la Croix! Es un honor tenerlo aquí ¡Todo un General colombiano! Un hombre que prestó valiosos servicios a Napoleón, que…
HOSTELERO.- ¿Usted simpatizante del corso cuando siempre lo consideró un usurpador? Usted, una noble dama ¡Condesa por añadidura! Usted…
HORTENCE.- Una condesa arruinada y mujer suya. No discutamos eso, ya sé que soy parte de su negocio, sobre todo ahora con la monarquía de Luis Felipe.
HOSTELERO.- Estábamos hablando del General y ya no digo más: tiene que irse.
HORTENCE.- La joya que le entregó como pago vale mucho más que todos los días que le adeuda.
HOSTELERO.- ¿De dónde saca usted eso?
HORTENCE.- Gaspar Doniers.
HOSTELERO.- ¿Se lo dijo Doniers?
HORTENCE.- ¿Qué importa eso? Sé que la vendió y obtuvo una buena comisión. Cyrile, la avaricia lo va a matar a usted. Tiene una montaña de dinero, cuadros valiosos en el sótano y ¿Qué vida lleva usted y cuál yo? Sí. Ya sé lo que me va a decir. Siempre me lo repite cuando siente que su bolsa puede verse menguada: que le debo la vida, que pagó por mi educación, que gracias a usted vivo en París, en este privilegiado sector de la ciudad.
HOSTELERO.- Hortence. Soy su marido. No lo olvide.
HORTENCE.- Sé que le debo respeto, señor, pero por favor: no cometa otra injusticia en su vida, echando al General a la calle.
HOSTELERO.- ¿Y qué otra cosa puedo hacer? Los negocios nada tienen que ver con el corazón.
HORTENCE.- Se lo suplico.
HOSTELERO.- Lo pensaré
HORTENCE.- Se lo suplico
HOSTELERO.- Está bien. Usted gana, pero lo que no me cabe en la cabeza es su cambio de actitud frente al difunto Napoleón –yo sobreviví bastante bien con su régimen- sin negar que él fue gran beneficiario del terror que guillotinó a su padre y a su madre.
HORTENCE.- Y que usted conmovido de una niña huérfana como yo, la rescató en la oscuridad y la entregó a la Abadesa de Nantes para su custodia y tomó la sabia precaución de llevarse los documentos, que me acreditan como Condesa de Mont Blue.
HOSTELERO.- Eso no viene al caso.
HORTENCE.- Simplemente reacciono, señor cuando me recuerda esa horrible cuchilla, cortando cabezas, una imagen que me atormentó durante muchos años.
HOSTELERO- ¿Y qué tiene que ver eso con el General De la Croix…¿Acaso…?
HORTENCE.- Acaso nada, señor ¿Cómo se atreve?
HOSTELERO.- Perdón.
HORTENCE.- Lo que quiero decir es que el General De la Croix sirvió a Napoleón, pero hizo algo que usted aún no ha hecho ni hará : reaccionar y cambiar.
HOSTELERO.- No creo que deba cambiar nada.
HORTENCE.- Entonces tampoco vale la pena seguir esta discusión…disculpe, tengo algo de jaqueca
HOSTELERO.- Perdón otra vez.
HORTENCE.- Voy a concluir la idea: el señor De la Croix se fue a América y se puso al servicio de la libertad no de la tiranía que representaba el usurpador. No podemos echarlo a la calle, no lo permitiré, nunca con mi aprobación, aunque eso para usted importe poco.
HOSTELERO.- Siempre juzgándome mal y se olvida que…
HORTENCE.- No me olvido de nada: yo soy su coraza protectora. Con mi título de Condesa lo libro de sospechas frente a la monarquía (El HOSTELERO hace ademán de protesta) no me interrumpa señor, Por esa misma razón tiene una relación privilegiada y lucrativa con el Comisario Doniers…
HOSTELERO.- Hortence…
HORTENCE.- ¡Hortence nada!
HOSTELERO.- ¡Ah, esa bruja de la Abadesa!.
HORTENCE.- Su cristiano deber era decirme la verdad sobre mi condición de noble y no crea que soy una desagradecida, Usted colaboró puntualmente con la Abadía para mi educación, alojamiento, comida y formación religiosa. Hizo usted una extraordinaria inversión, mi querido señor.
HOSTELERO.- No puedo creer lo que estoy escuchando.
HORTENCE.- Cuando yo cumplía 15 años –recuerde usted- me sacó de la Abadía y a los 16 me hizo su mujer a la fuerza y al casarse conmigo pensó mi señor Cyrile que borraba su acto de violación.
HOSTELERO.- Eso me lo ha echado en cara otras veces y no creo que venga al caso, porque estábamos hablando de ese De la Croix, así que…
HORTENCE.- Así que nada, señor. Pero no se preocupe. A estas alturas de la vida, a mis 45 años y en París, yo dependo de usted y usted de mí ¡Qué ironía, hasta podría decirle “mi señor socio” y si me disculpa ahora…
PERÚ DE LA CROIX llega agitado de la calle. Se le ve algo sombrío
Escena V
DE LA CROIX.- ¡Buenos días!
HOSTELERO.- ¡Oh, General, precisamente estábamos hablando de usted, del honor que nos hace…¿Verdad Hortence? Pero dígame ¿Cómo le fue? ¿Recibió noticias de su familia francesa?
DE LA CROIX.- Muchas gestiones y en fin, la espera se hace larga. No, nada de Montelimart..
HOSTELERO.- Recuerde que desde París allá son unos 15 días con buen tiempo en esos caminos. Hay que atravesar media Francia hacia el sur, detenerse en Lyon. Grenoble y Valence y con rapidez, imagínese, 15 días de vuelta. Calculemos 40 días para ser optimistas, el tiempo en que usted recibiría respuesta de su familia.
DE LA CROIX.- Debo esperar por lo menos, otros veinte días, de acuerdo con sus cálculos
DE LA CROIX hace una leve inclinación de cabeza en señal de retirarse a su habitación
HOSTELERO.- Espere General. Tenemos un buen refresco de frutas ¿Verdad Hortence? Siéntese un rato con nosotros, por favor.
DE LA CROIX.- (Contrariado) Tengo cosas que ordenar.
HOSTELERO.- Es solo un minuto (Le hace una señal a su mujer) Hortence, por favor (Casi meloso) mi querido General…
HORTENCE sirve dos copones de refresco. DE LA CROIX se sienta.
HOSTELERO.- A veces las cosas se ponen tensas, pero, así es la vida ¡je! ¡je! ¡je!. Reconozco que en ocasiones, usted sabe.
DE LA CROIX.- No me entero.
HOSTELERO.- Bueno quiero decirle que… hombre, pedir disculpas no es lo que quiero expresar.
HORTENCE.- Acordamos que usted puede quedarse sin angustias en el hotel, que usted es un hombre cumplido, todo un caballero, que…
HOSTELERO.- ¡Hortence!, perdón. Si mi señor General. ¡Eso es! Que más temprano que tarde pagará.
HORTENCE.- Que el Comisario Doniers está al tanto.
DE LA CROIX.- ¿El Comisario…? No entiendo.
El HOSTELERO se incorpora contrariado. Respira profundo como conteniéndose.
HORTENCE.- El comi…
HOSTELERO,- ¡Hortence! ¡Hortence! Que mi amigo Doniers…
HORTENCE.- Comisario de la Policía de París y…
HOSTELERO.- Es un buen amigo, General, es un buen amigo. Qué situación tan cómica ¿No? Nadie se meterá con usted.
DE LA CROIX.- No se preocupe. En todas partes, la policía juega su papel y entiendo que alguien como yo…
HOSTELERO.- Brillante, General, brillante. Aquí está todo controlado, así que tranquilo. A propósito, a Hortence le importan mucho sus historias y eso es bueno, pero beba, es una excelente mezcla de frutas.
HORTENCE.- (Ruborizada) No creerá todo lo que dice mi marido. Cierto. Lo que sé de su vida es apasionante y además, usted separado de su esposa, sus hijos. Es muy difícil…
DE LA CROIX.- Una vida como cualquiera, la circunstancia…me tocó. Pero no siempre fue así. Tuve momentos de alegría inmensa y gloria insuperable.
HOSTELERO.- Pero finalmente, lo que vale es el presente. Nunca piense que no entiendo su situación y en realidad no me gustaría estar ni siquiera dentro de las lustrosas botas que tiene en su cuarto.
HORTENCE.- ¡Oh, General!. Esto está más enredado que Las bodas de Fígaro, que tanto elogiaba la Abadesa Sor Gertrude…en mis tiempos felices, pero no viene al caso. Iré a ver qué está pasando en la cocina…digo, si mi señor marido no manda otra cosa.
HOSTELERO.- (Subrayado) Nadie mejor que tú, querida Hortence, nadie.
Sale HORTENCE. La luz se cierra sobre el hostelero, que muestra un rostro contraído por la ira.
Escena VI
Salón del hotel. PERÚ DE LA CROIX hojea el periódico EL Siglo. Se oye música de Vivaldi. Media mañana.
La música cesa gradualmente.
DE LA CROIX.– (Musita mientras lee) “Clima de incertidumbre en Francia” (Para sí) Siempre hay algo que camina en este país…¡Basura! (Deja el periódico) Por lo menos hay algo de sol (Se dirige a la ventana) y el Sena no se mueve (Voltea hacia el interior del salón) ¡Otra mañana más!
Entra HORTENCE
HORTENCE.- Qué agradable sorpresa verlo temprano por acá.
DE LA CROIX.- Estoy haciendo tiempo para no llegar demasiado temprano al periódico y no me sentía a gusto en la habitación.
HORTENCE.- ¡Ojalá se vayan todas esas nubes y el sol alumbre a placer! Un poco por eso tocaba a Vivaldi. Amigo mío. No sé si dispone de suficiente tiempo antes de ir al periódico…
DE LA CROIX.- Para usted siempre tengo tiempo ¿Y el señor Cyrile?
HORTENCE.- Salió temprano y no vendrá hasta después de mediodía y cuando eso ocurre es el tiempo de compartir con mi violín, pero hábleme de usted que tengo algunas inquietudes. Digo si no…
DE LA CROIX,- ¿Qué puedo decirle?
HORTENCE,- No sé, de su esposa.
DE LA CROIX.- Justo este mes hace cinco años que no sé de ella y de mis dos hijas, porque el menor Luis, murió temprano. La mayor tiene 11 años y ¡Qué curioso! La menos, de nueve añitos se llama como usted: Hortencia, en español.
HORTENCE.- ¿Entonces, usted?
DE LA CROIX.- No he disfrutado a mis hijos y el calor de hogar, solo a ratitos si es a eso a lo que se refiere ¿Y usted?
HORTENCE.- Tengo un hijo, René, de 19, que presta servicios en la Armada en la Caribe y creo que está de amores con una mulata martiniquesa. Pero disculpe, el tema no soy yo. Tengo entendido que estuvo con Napoléon en la campaña de Rusia.
DE LA CROIX.- El desastre de Rusia. Antes estuve en Nápoles en el ejército al mando de Murat y anduve por Inglaterra y España en importantes misiones, pero eso carece de importancia. Lo que hago ahora sí que la tiene, aunque temo que el tiempo no me alcance para escribir todo lo que quiero.
HORTENCE.- Voy a hacer lo que me hacía la Abadesa para sacarme de nostalgia ¿Puedo? ¡Claro que sí! ¿Cuál ha sido el peor momento de su vida y cuál el mejor?
DE LA CROIX.- ¿El peor? Diciembre de 1830: el principio del fin del gran sueño de Bolívar y su muerte ¿El mejor? Hay dos: el tiempo compartido con el Libertador en Bucaramanga y el nacimiento de mi pequeña Sofía ¡Es increíble la alegría que se experimenta cuando se es padre por primera vez!
HORTENCE.- ¿Y su mayor pecado?
DE LA CROIX.- La ingenuidad. Hace dos años, pequé de ingenuo en Venezuela porque creí que era posible reconstruir el sueño de la Gran Colombia, de Bolívar y mire, aconsejado por algunos amigos, me enrolé con el Diablo ¿Sabe usted cuál es el cáncer de nuestro tiempo?
HORTENCE.- Si me lo dice usted…
DE LA CROIX.- La deslealtad y hay otro pecado menor, pero pecado al fin: olvidarse de los amigos. Tuve unos cuantos en Francia y los perdí de vista hace tiempo, no los cultivé ni siquiera a mi familia francesa, luego ¿Para qué quejarse? Ya no queda nada Hortence, nada…
HORTENCE.- Pero de Montelimart.
DE LA CROIX.- Algún dinero me ha llegado, solo eso y no me siento a gusto, pero ¿Sabe qué? Después de todo, he vivido cosas maravillosas y nada de lástima, me niego a provocar lástima en alguien. Sentimiento vil ese, mi querida señora.
HORTENCE.- Si la admiración y el respeto que usted me inspira…
DE LA CROIX.- No se sienta aludida, señora mía. Usted hoy 10 de febrero de 1837 es el único vaso comunicante que tengo con la nobleza humana y no sabe cuánto le agradezco a la vida por eso.
HORTENCE.- Creo que nos estamos poniendo trágicos.
DE LA CROIX.- Tiene usted razón. No debería quejarme jamás. Imagínese, mi padre, médico, quería que yo también lo fuera ¡Ya me hubiera muerto de aburrimiento como buen burgués en un pueblito de montaña! Ah, mi querida Hortence, discúlpeme que la trate así como algo tan cercano.
HORTENCE.- Es un sentimiento recíproco. ¡Ojalá todo le vaya bien! Para que me olvide. Es una broma de mal gusto.
Voces de recién llegados
DE LA CROIX.– Cuando me vaya, la llevaré en mi corazón. No nos olvidaremos, puede estar segura de ello.
Siguen las voces
HORTENCE.- No hemos terminado de cruzar el puente. Siguen las interrogantes, buen tema para conversar. Veré qué pasa. Seguro que son nuevos huéspedes. Hay estofado de pato para el almuerzo.
Oscuro
Escena VII
Habitación de Perú de la Croix. Una cama angosta, una mesa con su silla, libros, papeles sobre la mesa. La luz penetra por la ventana desde donde se puede observar el Sena. Es media mañana.
Entra Perú de la Croix, seguido a corta distancia por la FIGURA que se sitúa en el lateral derecho del escenario, cerca de la ventana.
DE LA CROIX Lo observa todo detenidamente. Se asoma por la ventana. Vuelve al centro de la habitación.
DE LA CROIX.- ¡Cuánta basura arrastra el Sena! Oh, Dolores, es como si la corriente de ese río me llevara. El agua tiene un destino; el mar, pero yo, ni barca ni esperanza tengo de llegar a ningún puerto…
FIGURA.- El círculo se cierra poco a poco, mi querido Perú
DE LA CROIX.- ¿Que es de mí, Dios? ¿Qué es de mí? ¿Qué soy? Oh, mis hijos, oh vida que ni Patria poseo ¿Y qué carajo hago aquí? Soportando a un miserable hospedero y casi suplicando por un día más de vida –que contrasentido- Yo, Luis Perú de la Croix, sometido al poder de un hombre que tiene la facultad de echarme a la calle. Coño, el hospedero es Napoleón, es Aury, mi corsario jefe en el Caribe, es en otro sentido, pero poder al fin, el General Rafael Urdaneta, gran patriota y amigo verdadero de Bolívar, a quien serví con lealtad cuando la Gran Colombia agonizaba y la podredumbre de bastardos ambiciosos como Santander, levantaba montañas contra la gloria del primer héroe de América.
FIGURA.– Santander ¡Pobre enano de la historia, el verdugo de la Gran Colombia! Por la Providencia, estoy hablando como los vivos
DE LA CROIX.- ¿Qué es la grandeza? ¿Qué soy, coño, qué soy?. Es verdad, he cometido errores, muchos errores, humana condición la de errar y rectificar, pero qué gloria el haber compartido setenta días intensos con el gran Bolívar.
FIGURA.- ¡Calla Luis, déjame descansar!!!
DE LA CROIX.- ¡Qué honor con Urdaneta en la adversidad de los últimos días, conteniendo el odio hacia el Libertador que ya se volvía polvo en la tierra de Santa Marta
La FIGURA hace mutis
DE LA CROIX.- … y después de todo, que alto honor el de mi expulsión de tierra colombiana cuando los enemigos del Padre de la Patria borraron de un plumazo el grado de General de Brigada que Urdaneta reconoció en mí. Después de todo ¿Para qué me quejo? Lo que soy es mi responsabilidad (Vuelve a la ventana) ¿Y ahora qué? El Sena sigue su curso eterno ¡Cuánta gloria te llevas en tu podredumbre, río tutelar, espejo de la caída de La Bastilla, del ascenso y derrumbe de ídolos de barro, de esplendores marchitos; de realezas guillotinadas, del brillo y ocaso de Napoleón, de toda esta tristeza que cargo ahora…
Toques a la puerta
DE LA CROIX.- ¿Quién va?
Voz en off.- Correspondencia, señor.
DE LA CROIX.- Déjela debajo de la puerta, gracias.
Pausa larga. DE LA CROIX mira dubitativo hacia la puerta. Avanza, retrocede. Trasmite gran indecisión e incertidumbre.
DE LA CROIX.- ¿Carta para mí? ¿Quién se acuerda de mí? ¿Será de Dolores, mi mujer en la lejana Colombia? ¿Mi familia de Montelimart, acaso? O o… algo del Marqués del Toro o quién sabe, alguna gratificación…no sé, por servicios a la Patria… ¿Qué Patria? Nunca he dejado de ser un iluso y a los 57, igual ¡Vamos Perú de la Croix, termina de agarrar esa correspondencia!
DE LA CROIX se inclina y toma el sobre, lo observa, camina por toda la habitación, lo coloca sobre la mesa. Retrocede, lo mira, lo toma de nuevo y grita hacia adentro.
Luz concentrada sobre el rostro del personaje
DE LA CROIX.- ¡Ábrelo de una buena vez! (lentamente abre el sobre. Ríe como iluminado. Pero a medida que lee en voz alta su semblante va cambiando de cierta desilusión a la aceptación)
París, 10 de enero de 1837
“Señor Luis Perú de La Croix
Hemos revisado vuestros papeles con algún detenimiento y contienen ciertos aspectos que pueden ser interesantes para nuestros lectores, pero con un poco de recreación descriptiva puesto que a estas alturas del año 1837, el público de París conoce poco o nada de Colombia y en general de América, salvo aquello relacionado con el azúcar que producen nuestras colonias insulares del Caribe y Cayena, en tierra firme.
De Venezuela apenas tenemos referencias por la participación de Francisco de Miranda en recientes luchas de Francia y eso, gracias al Arco de Triunfo. Eso no le quita mérito a vuestra obra, aunque habría que comprobar algunas afirmaciones suyas para mantener nuestra credibilidad editorial. En ese sentido, Hemos designado dos ilustrados señores para las revisiones a que haya lugar con la precisa recomendación de ponerse en contacto con usted, en caso de que se decida la publicación total o parcial de sus prolijos escritos.
De ser favorable lo anterior –como espero- El Siglo publicara a discreción vuestros trabajos. Solo así podríamos hablar a futuro cercano, de alguna remuneración, aunque en ningún momento usted ha planteado esa eventualidad-
En cuanto a la decisión que usted tome de dejarnos o no en custodia vuestros papeles no tenemos nada que objetar, sobre todo, ante la vehemente insistencia suya de confiar en nuestra probidad. Por tal razón me parece poco elegante la remota probabilidad –jamás planteada por usted- de firmar algún documento entre las partes.
Reciba usted, señor De la Croix, el testimonio de mi afecto, en nombre de los propietarios de “El Siglo”
Pierre Marcel Goncourt
Miembro del Consejo de Redacción
DE LA CROIX deja caer el sobre y la carta sobre la cama. Levanta a medio tórax ambos brazos con las manos abiertas. Mira intensamente hacia el público y hacia lo alto.
DE LA CROIX.- ¡Mierda! Eso es. Es lo que hay.
Escena VIII
Sitio de estar de los dueños. El hostelero Cyrile cuenta dinero y mira de soslayo hacia los lados.
HOSTELERO.- Ciento cuarenta y nueve francos con veinte centavos. Ciento cincuenta, cincuenta y uno, más esta sortija del muerto ¡Hum! No está tan mal (Guarda apresuradamente dinero y sortija en una bolsa y la esconde. Se sienta como esperando a alguien) Doniers se queda con su parte y nunca está demás tener de amigo a la policía. Ah, Comisario, Comisario. Yo te doy los datos y tú me traes lo que me corresponde. Comprar, vender, ese es mi oficio y que nadie me pregunte más. Si la alhaja era de don tal por cual o del otro, eso ni quiero saberlo. En silencio todos ganamos…ah, pero ese camafeo del General De la Croix ¿Para qué lo quiere en su cuello?…se me cierran los ojos, aunque tengo que hacer cosas en la calle ¡Baaa!… dormitaré un poquito (Ronca entre dormido y despierto) solo un poquito…
Tocan a la puerta
Escena IX
HOSTELERO.- (Sobresaltado) ¡Eh!…¡Adelante!
Entra DE LA CROIX
DE LA CROIX.- Buenas tardes. Me dijeron que viniera a verlo.
HOSTELERO.- Amigo De la Croix. Lo estaba esperando. Supe que había salido y bueno…pero siéntese, por favor.
DE LA CROIX.- Fui al correo y nada. Caminé por Saint Michel y hasta crucé el puente del otro lado del Sena, para protegerme de la ventisca en Notre Dame y no se preocupe, ya le pagaré.
HOSTELERO.- No le llamé para hablar de eso, pero si usted insiste…
DE LA CROIX.- Usted sabe que no soy un truhán…
HOSTELERO.- Lo sé, pero cuando me traiga el dinero, estaré más seguro de eso y lo celebraremos, además. Ha pasado el tiempo ¡Je! ¡je! ¡je! ¡je! y cómo quien dice, ya somos de la familia. No ponga esa cara, hay que tener un poquito de humor en este mundo lleno de sobresaltos ¿No cree?
DE LA CROIX.- Ríen los satisfechos, los demás como yo, solo muecas, pero no me quejo ¿Sabe?
HOSTELERO.- ¿Ah, buenas noticias?
DE LA CROIX.- Estoy ajustando algo en mis escritos para publicarlos y algún dinero entrará. También de Montelimart…
HOSTELERO.- De su familia francesa algún dinero ha recibido pero…¿Qué tiempo hace que no la ve?
DE LA CROIX.- Veintidós, veintitrés años. Por ahí.
HOSTELERO.- ¿Tanto tiempo? Disculpe, pero…¿Todavía espera más auxilio de la familia?
DE LA CROIX.- No es una dádiva. Por ley de herencia tengo una buena parte de los bienes familiares, aunque no aspiro a nada. Pero ante este apremio.
HOSTELERO.- Porque usted quiere.
DE LA CROIX.- No entiendo.
HOSTELERO.- Ah mi General, mi General querido. No acaba usted de entender que es un hombre cercano a esta casa.
DE LA CROIX.- Con su permiso. Me retiro a mi habitación (El HOSTELERO se incorpora) estoy algo cansado.
HOSTELERO.- Intento conciliar con usted, General. Es cierto. Hemos tenido pequeñas diferencias, lo admito. Pero le diré algo: usted en París solo cuenta conmigo y yo no le voy a fallar.
DE LA CROIX.- Ahora entiendo menos, por favor.
HOSTELERO.- Mire, Hortence, mi mujer, lo aprecia mucho y eso para mí es sagrado- Ella insiste en que no lo presione para que me pague el alojamiento y la comida ¡Ya va, deje la prisa! Después que me escuche puede irse a descansar tranquilo.
DE LA CROIX.- Excúseme señor. Me es muy difícil, digamos imposible, aceptar ese tipo de dádivas. Por mi honor le pagaré. Solo le pido un poco de paciencia. Ya verá cuando reciba correspondencia de Montelimart y ahora si me permite, voy a mi habitación.
HOSTELERO.- (Para sí) No sé qué dirá el Comisario Doniers
DE LA CROIX.- ¿Cómo dijo? ¿Escuché bien?
HOSTELERO.- Estaba pensando en voz alta. Nada que ver con usted. A veces mi imaginación vuela, usted sabe.
DE LA CROIX.- Usted mencionó al señor Doniers y ya me informé que…
HOSTELERO.- Departamento de Investigaciones Criminales de la Policía de París y amigo mío.
DE LA CROIX.- Nada que ver conmigo.
HOSTELERO.- Se ocupa de asuntos muy serios, peligrosos, la seguridad de Francia, pero, Usted tranquilo y a lo que íbamos.
DE LA CROIX.- Me huele a chantaje lo suyo, señor. Disculpe.
HOSTELERO.- Y yo no quiero que se me agote la paciencia, señor. Disculpe usted. Lo que quiero decir es, bueno, abreviando…ese camafeo que usted carga colgado al cuello.
DE LA CROIX.- ¿Qué dice? ¡Chantaje, señor, chantaje!
HOSTELERO.- Mírelo así: garantía de permanencia en este hotel y además, mi señor General…
DE LA CROIX.- ¿Hay más?
HOSTELERO.- Lo estoy protegiendo, señor, de algún malhechor por ahí que lo asalte y hasta podría asesinarlo y usted aparecer un día de estos…
DE LA CROIX.- El riesgo de vivir. Basta respirar para morir.
HOSTELERO.- Resumiendo; ¡Quiero ese camafaeo! Pero, piénselo. Puedo esperar hasta mañana…además creo que usted todavía conserva sus insignias de General de buena plata. Eso podríamos conversarlo después ¡je! ¡je! ¡je! ¡je!.
DE LA CROIX.- (Se dirige hacia la puerta) Perdón.
Sale DE LA CROIX. La luz se concentra en la figura del hostelero
HOSTELERO.- Vaya en paz querido amigo ¡Je! ¡je! ¡je!
Escena X
HORTENCE arregla la mesa, Sacude los objetos con un plumero. Sale y vuelve a entrar con flores. La colca en un jarrón.
HORTENCE.- (Reflexiona en voz alta, pero muy para sí) ¡Qué vida tan mustia, oh, Dios! Siempre la misma rutina ¿Qué será eso que llaman felicidad? (Toma un pequeño espejo que está sobre la mesa. Se mira) Todavía tienes cierto brillo en los ojos y no estás del todo ajada. Se dice fácil: 45 años. Pero ¿De qué me quejo? El pobre General De la Croix sí que tiene una verdadera tragedia y ¡Qué curioso! Como yo mi buen amigo colombiano o francés –da igual- está atado a este miserable marido que tengo.
Pausa intensa. Se asoma a la ventana. Retorna a la mesa y pone el espejo en su lugar
No puedo largarme de aquí ¿A dónde? Tampoco el General De la Croix ¡Qué caprichoso es el destino! ¿No? (Se asoma a la ventana) El día está esplendoroso –es como una fiesta después de tanta bruma- pero hay quienes como yo, con sol o sin sol, llevan la lluvia por dentro y mira que el Sena resplandece, parece de plata en el invierno, el nostálgico invierno de París me recuerda ahora –no sé por qué- la pintura de Antoine-Jean Gros. ¡Ah, mi amigo De la Croix, qué cosas pienso cuando le pienso!
Escena XI
Entran conversando el HOSTELERO y DE LA CROIX . Se cruzan con Hortence, que sale del salón-
HOSTELERO.- Ese es el asunto, mi querido señor General. La situación no es nada fácil.
DE LA CROIX.- Buenos días, señora.
Se oye una campanilla lejana
HORTENCE.- Buenos días señor General. Perdón me pareció escuchar la campanilla. Ya veré quién es.
HOSTELERO.- (Repara en las flores) ¿otra vez? ¿Para qué flores?
DE LA CROIX.- Alegran la vida señor Cyrile. Además es un lindo detalle femenino.
HOSTELERO.- Pero bastante caro
Voces lejanas llegan al salón
DE LA CROIX.- Centavos más, centavos menos…
HOSTELERO.- Ya sé que para usted eso no es nada (Continúan las voces) ¿Con quién discutirá Hortence? Bueno mi señor General, creo que 15 días en es un tiempo prudencial ¿No le parece? (Entra HORTENCE) ¿Qué pasa mujer?
HORTENCE.- Nada para importunar al señor De la Croix.
DE LA CROIX.- Yo me retiro.
HOSTELERO.- De ninguna manera ¿Qué sucedió?
HORTENCE.- Lo que siempre ocurre: Jerónimo no pudo resolver su encargo porque reclaman el pago de la deuda.
HOSTELERO.- ¿Ve usted, señor De la Croix?
HORTENCE.- No metas al General en esto.
HOSTELERO.- Es una prueba de las cosas que yo digo y después me acusas de egoísta por ser tan recto en el tema de los números. La vida no es fácil, General. ¡Nada fácil! Ya me escucharán. Yo, Cyrile no puedo admitir eso ¿Entiende usted General? Hortence es la que no entiende ¡A mí nadie me entiende!
HORTENCE.- La eterna tragedia griega
DE LA CROIX.- Disculpen, me retiro
HORTENCE.- ¡Qué pena con usted! Yo…
HOSTELERO.- Usted nada, señora, Ve usted General la razón por la que exijo puntualidad en los pagos. Me pagan y yo pago ¿Usted entiende amigo De la Croix? Parece que no ¿Ve usted porque digo que nadie me entiende?
HORTENCE.- Tiene mi señor esposo una solución.
HOSTELERO.- ¿Cuál?
HORTENCE.- Pagar lo que debe al abastecedor o cierra el hotel (El HOSTELERO se lleva las manos al pecho) Si. Cierra ¡Eso!
HOSTELERO.- Ay, mi corazón.
Sale DE LA CROIX
HORTENCE.- Mire lo que hizo. Lo corrió de aquí.
HOSTELERO.- ¡Ayayay! mi corazón.
HORTENCE.- Una vieja treta. Ya ni sé cuántos años escucho lo mismo.
Sale HORTENCE
HOSTELERO.- (Al público) No me resultó. Ella no me cree
y por lo que veo, el General tampoco ¡Maldición, tengo que pagar! Esta es una de las crueldades de la vida que me toca. ¡Ay ese camafeo y después: Las insignias de un General colombiano en París o, mejor dicho, en la bolsa de Cyrile. ¿Qué otra cosa puede hacerme más feliz?
Escena XII
DE LA CROIX lee un periódico. Es media mañana. El tiempo es gris. Luz de calle ilumina la escena.
Entra CYRILE, luce agitado. DE LA CROIX deja de leer.
HOSTELERO,.- ¡Oh, General ¡Buenos días! Que sorpresa verlo tan temprano acá en el salón.
DE LA CROIX.- Lo estaba esperando.
HOSTELERO.- (se frota las manos) ¿Acaso me tiene buenas noticias? Verá con usted a veces me siento algo culpable, pero usted me entiende.. no sé entre usted y Hortence. Quiero decir, usted porque está aquí y Hortence que insiste en que no le cobre, que usted ya pagará. Usted vio ayer con los proveedores como fue, perdón estoy atropellado y es que las cuentas no me cuadran.
DE LA CROIX.- Usted ha mostrado gran interés por mi camafeo y sé que le gustaría tenerlo.
HOSTELERO.- Juiciosa observación, querido General, pero por otro lado, tampoco quiero mortificarlo a menos que… ¿Usted me entiende?
DE LA CROIX.- Absolutamente nada.
HOSTELERO.- Quiero decir, que todo quede entre usted y yo. Mejor dicho: que Hortence no se entere.
DE LA CROIX.– Si le doy el camafeo ¿Cuánto tiempo más puedo permanecer en su hotel?
HOSTELERO. – Digamos que…oh, General. Eso podríamos verlo después, no faltaba más ¿Entonces? ¿Me lo da?
DE LA CROIX.- Mire vamos a hacer algo que seguramente le gustará (Mete su mano derecha en el bolsillo del abrigo) son de plata legítima del Perú y tienen para mí un especial valor histórico (Saca la mano y muestra. El rostro de Cyrile resplandece de codicia) mis insignias de General y esta condecoración que no por pequeña deja de ser valiosa.
CYRILE mira codicioso los objetos, pero reprime su gozo
HOSTELERO.- Bien, bien, pero ¿Y el camafeo?
DE LA CROIX.- Con estos objetos usted obtiene más francos que con el camafeo, ¡Pálpelos! saque sus números
CYRILE toma las joyas, las manosea y huele con fruición; la coloca bajo la luz que entra por la ventana. Busca una lupa, observa. Se lleva los objetos a la boca uno a uno y los muerde brevemente.
HOSTELERO.- ¿Qué quiere a cambio?
DE LA CROIX.- Saldar la deuda con usted y quedarme tranquilo por lo menos dos semanas más.
HOSTELERO.- Es mucho.
DE LA CROIX.– Permítame (Intenta quitarle las joyas, pero Cyrile aprieta la mano) ¿Entonces? Aceptado.
HOSTELERO.- Está bien, está bien, pero quedamos pendientes con el camafeo ¿Le parece?
DE LA CROIX.- De acuerdo. Por el momento usted gana.
HOSTELERO.- (Guarda las joyas) Los dos, General, los dos. Oh, me olvidaba. Tengo otro asunto afuera.
Sale Cyrile
DE LA CROIX.- Miserable hospedero. Ni el avaro del señor Moliere lo iguala.
Sale de la Croix.
Escena XIII
El salón está en penumbras. La ventana cerrada. Apenas entran unos hilillos de luz de la calle por las hendijas. Se oye el viento silbar. Son las once de la mañana del jueves 16 de febrero de 1837.
Entra HORTENCE. Intenta abrir la ventana, pero la ventisca se lo impide. Se oyen truenos esporádicos .La FIGURA espectral se desliza borrosa, felina por todo el salón. No es corpórea ante los personajes.
HORTENCE.- ¡Qué día brumoso este! Siento la atmósfera como cargada de presagios (Enciende una lámpara) Un poco de luz. Menos mal que Cyrile está con el Comisario y será largo el encuentro, porque últimamente las discusiones por miserias son insoportables, sobre todo la manera en que pretende sacarle hasta las botas al señor General. Que valen poco, pero hacerlo le proporcionaría un grande placer.
Arrecian los truenos y se desata una furiosa tempestad. HORTENCE se asoma por las hendijas.
Como se arremolinan las aguas del Sena. La furia es tal que pareciera que los puentes no resistirán. Voy a revisar que todo esté bien (Se dirige hacia la puerta y casi tropieza con De la Croix, que trae un quinqué en la mano) ¡Oh señor General, que sorpresa! Iba a inspeccionar ahora. Cyrile –como todos los jueves anda con el Comisario Doniers.
DE LA CROIX.- ¿Es jueves hoy?
HORTENCE.- Jueves, 16 de febrero de 1837, día de Santa Juliana y aniversario de Pierre Rode, mi violinista preferido. Tengo un libro que se refiere a todos los días del año, pero ¿Qué hace por acá a esta hora? No es habitual verlo fuera de lo habitual en las mañanas y en las noches.
DE LA CROIX.- Estoy ordenando algunas cosas puntuales, pero con este mal tiempo, los truenos me sacaron de la habitación y no sé por qué pensé que podía serle útil.
FIGURA.- El cariño de esta mujer es el único afecto que tienes en París, Luis Perú de la Croix. amor de tránsito como el equipaje que va y viene.
La ventana cede a la fuerza del viento. Un relámpago ilumina la escena.
HORTENCE.- (Corre a cerrar la ventana) Esta corriente tan gélida no es norma. Es como si algo misterioso retozara en el ambiente…
DE LA CROIX.- Vamos querida señora. A los vivos si hay que temerles.
HORTENCE.- l¿Sabe qué? Esta vez dejaré que nuestro empleado Etienne se encargue. Él tiene esa responsabilidad, así que lo invito a conversar con una copa para quitar el frío (Sirve dos copas) ¡Salud, amigo mío! No siempre se toma vino para celebrar. Dígame, estoy intrigada.
DE LA CROIX.- ¡Salud! ¿Intrigada por qué?
HORTENCE.- Los papeles que usted me dio a leer y que supongo habrá entregado a “El Siglo” son muy interesantes, sobre todo, esa señora Manuela Sáenz por quien realmente siento una sana envidia.
FIGURA.– Mi Manuelita. El general Flores te quitó la protección.
DE LA CROIX.- Un ser excepcional, valiente, entregada por completo a la lucha por la libertad. Profesó por Bolívar –como usted habrá leído- un amor sin distancias, ni límites, que lo trasciende todo.
HORTENCE.- Todas las referencias que usted hace del Diario de Bucaramanga y yo que por naturaleza siempre he sido monárquica – me viene de sangre- siento para mi sorpresa que me gana usted para un mundo que no conocía.
DE LA CROIX.- Me conmueve.
HORTENCE.- Y de repente descubro que si yo hubiese sido americana del sur habría abrazado su causa, mi querido General ¡Que distante Bolívar del usurpador Napoleón! Y me disculpa si usted le sirvió. Entiendo que fue una época y que cada uno responde a su circunstancia.
DE LA CROIX.- Dice usted bien.
HORTENCE.- Siento además que el sufrimiento y la soledad me unen a usted y por eso lo he defendido de la voracidad implacable de Cyrile y créame, hasta me dan ganas de romper cadenas y hacer mi propia independencia. Quería decirle eso ¡Salud!
DE LA CROIX.- No puedo decirle más, pero que suerte haberla conocido y encontrarla realmente hoy cuando he tomado una decisión fundamental en mi vida. No se preocupe, no la defraudaré.
HORTENCE.- No sé de qué se trata, pero estoy con usted. Perdone usted. Es como un milagro tenerlo frente a mí. ¿Dolores se llama su esposa?
DE LA CROIX.- Si. Hace seis años que no la veo ni a mis dos hijos. Carece de sentido hablar de esto señora: hay algo que me molesta y es hacer el papel de víctima. Lo que soy lo escogí yo y lo que haré, también.
HORTENCE.- Gracias por este encuentro General.
DE LA CROIX.- Dele gracias a esta media luz para que no vea mis lágrimas.
HORTENCE.- General.
DE LA CROIX.- Tengo algo para usted. Por eso vine, no para ayudarla en nada. Fue solo un pretexto…Condesa de Mont Blue (Se quita el camafeo del cuello) es suyo.
HORTENCE.- No. Por favor.
DE LA CROIX.- ¡Ábralo! Dentro está la imagen de Dolores. Siento este viernes que ella irá por otro camino.
HORTENCE.- General.
DE LA CROIX.- Es el lenguaje del silencio o si lo prefiere, señora, de los necios que aman y no se cansan de amar. Usted, yo, incluso su pobre marido somos pequeñas burbujas en el agua cuando las disuelve el viento del tiempo que es la muerte . A veces de la grandeza humana solo quedan palabras que otros repiten o leen en los libros. Por favor…
La figura va haciendo lentamente mutis por la izquierda
FIGURA.- ¡Ay del amor postrero, tan intenso y fugaz como una tormenta, pero devastador
HORTENCE.- General, querido y antiguo amigo.
DE LA CROIX.- Antiguo amigo, si. Usted siempre existió (Se toca el pecho) y no lo sabía hasta ahora y yo siempre estuve en usted porque hay un ideal que siempre mueve nuestros sentimientos ¿Me permite abrazarla?
HORTENCE.- Amigo mío
Se abrazan con intensa calidez y se separan
DE LA CROIX.- No hay culpa porque tampoco existe delito en la ternura y el respeto que usted me inspira Hortence y, por favor, acepte el camafeo.
HORTENCE.- General, mi General.
Escena XIV
Habitación de Perú de la Croix, Madrugada brumosa y fría. Afuera canta la tormenta.
PERÚ DE LA CROIX está en vigilia, Revisa papeles. Se para camina, se sienta y vuelve a incorporarse. Parece reflejar la tensión de que algo trascendental puede ocurrir. Habla con si mismo, como desdoblándose
DE LA CROIX.- Vamos (Lee un papel) “Cincuenta y siete años. Una nueva caída política. Separado de mii mujer y de mis hijos hace seis años, sin esperanza de reunirme con ellos, sin fortuna, sin estado, la realidad de la miseria presente y la perspectiva de sus inseparables compañeras; la humillación y la ignominia…” (1) (Deja de leer y reflexiona) Esto parece muy patético ¡Oh vida, como se reduce todo a un papel ¿Qué me queda ahora? Soy como esa tormenta que ruge allá afuera…cesará y volverá el sol. La vida siempre continúa (A si mismo) ¡Vamos Perú de la Croix, lee, escúchate! (Retoma el papel y continúa) ¿Dónde quedé? Ah, si: “humillación y la ignominia son los motivos que me determinan a abreviar mis días, convencido, por otra parte, de que hay más valor en darse la muerte, que en dejarse degradar el prendre a la gorge por la horrible miseria que en dejarse arrastrar por ella hasta el lodo y que en vivir, en fin bajo su cruel y permanente tiranía” (Separa el papel y habla con el público) Se me salió el francés con la expresión Predre al gorge y lo que realmente quise decir es tomar por la garganta, quebrar, asfixiar. No está del todo mal, tampoco entraré en otras consideraciones. Fíjense: tengo una sola y única oportunidad y es difícil expresarlo todo cuando decides que dirección tomar en la encrucijada (Toma de nuevo el papel) Veré aquí más adelante y esto es bien importante. Escuchen para que no haya confusión (Lee) “Hago además este escrito para que nadie puedan ser acusado de mi muerte y para que ella no pueda ser atribuida a un acto de demencia de mi parte, sino a la fría y juiciosa razón, único móvil de mi voluntad y de mi mano” (Deja de leer) Creo que el documento está bien, después de todo y queda claro que mi último deseo es que El Siglo publique mis escritos, incluyendo el fundamental: el Diario de Bucaramanga, que confié en Caracas a mi amigo, el Marqués del Toro. Por lo demás, después de muerto, me importa muy poco lo que pase con mi cuerpo y si desde la otra orilla del río, me refiero al reino de la muerte, yo pudiera expresar mi voluntad, diría: “entiérrenme como a un simple soldado” a fin de cuentas, eso fue lo que siempre fui.
Me gustaría que aclarara un poco más y atisbar las primeras luces del alba sobre el Sena. El río era mi horizonte visible cuando yo precoz adolescente salía los domingos de la escuela militar. Por lo menos tengo ese derecho ¿No? Un pedacito de luz, solo un trocito de claridad para mi barquito de papel que se va por el agua hasta el mar. Es la imagen que ahora guardo de mi primera infancia en Montelimart: el barquito de papel en la pequeña alberca del jardín de la casa de mis padres.
Oh, París al fin diviso sigilosa en la bruma la serpiente plateada del Sena en invierno. Duermen los pintores y los bohemios. El viento sopla frío y fuerte. Es el fin y aun me quedan los recuerdos ¡Cómo pesa esta angustia vieja! La gloria es un pedazo de papel viejo. Nadie la recuerda.
La tormenta retorna gradualmente y el Sena para perderse otra vez en las sombras. El viento bate fuerte la ventana. Relámpagos y truenos. Otra vez la lluvia. La puerta de la habitación abre y cierra con violencia. DE LA CROIX interroga a una figura que solo él ve y que después gradualmente aparece como una silueta. Es como un ser espectral con una túnica con una enorme capucha que impide ver su rostro en las sombras..
DE LA CROIX. ¿Quién anda allí? ¿Eres mi propio yo que me mira? Habla, repíteme lo que fui.
FIGURA.- (Como un heraldo de voz monótona y altisonante) Yo, Luis Perú de la Croix, oficial de los ejércitos de Napoleón Bonaparte cuando creí en un gran sueño universal, pero la igualdad, libertad y fraternidad que justificaron la Toma de la Bastilla y la gran Revolución Francesa, pronto se esfumaron. Cientos de cabezas rodaron bajo la guillotina. Fueron los días del terror que se llevaron también la cabeza de su gran ideólogo: el incorruptible Robespierre.
DE LA CROIX.- De eso no sé nada, solo lo que mi padre me dijo. Yo era todavía un niño y crecí bajo el tricolor de la Revolución, pero después…
FIGURA.- Y ahora: madrugada del viernes 17 de febrero de 1837 ¿Cuál igualdad? ¿Cuál fraternidad? ¿Cuál libertad?
DE LA CROIX.- Si lo sé: Todo se lo tragó la corona de un nuevo imperio que reemplazó al viejo régimen. El primer soldado de Francia, Napoleón Bonaparte, coronado sobre una montaña de cadáveres.
FIGURA.- ¿Ahora te das cuenta?
DE LA CROIX.- Admito que serví fervoroso al nuevo poder. Pensaba que al final tendríamos el paraíso en la tierra.
FIGURA.- Iluso.
DE LA CROIX.- Casi toda Francia fue ilusa y en mi caso, aunque tardé un tiempo en darme cuenta, finalmente fue una gran decepción porque una nobleza fue reemplazada por otra.
FIGURA.- Bien.
DE LA CROIX.- Pero yo proseguí la búsqueda de mi sueño y me marché a América.
FIGURA.- Y ahora estás aquí, cerrando tu propio círculo.
DE LA CROIX.– No cabe el arrepentimiento. Lo que hice lo hice y fue glorioso ¿Sabes?
FIGURA.- Alguien como yo no sabe. Dime qué pasó En América?
DE LA CROIX.- Allí estaba Bolívar. Era otra cosa, la espada al servicio de la redención. Adopté aquella tierra como mi nueva patria. Le serví lealmente y llegué a General de Brigada del Ejército Patriota.
FIGURA.- Y ahora ¿Qué eres? Mira a tus pies. Solo hay vacío.
DE LA CROIX.- ¡Soy General de Brigada del Ejército Patriota!, aunque ¿Qué importa eso ahora? En París nada importa.
FIGURA.- ¿Solo en París? ¿Es que al final importa algo en Caracas, en Bogotá?. Ah, Luis, Luis. Ya no existes.
DE LA CROIX.- Todavía me queda el alba.
FIGURA.- Palabras- Tengo tu paciencia en mis manos así que puedo esperarte. Continúa.
DE LA CROIX.- En parís el oro que tienes en la bolsa importa mucho. La Revolución Francesa devoró a sus propios hijos.
FIGURA.- Eso lo sé.
DE LA CROIX.- Napoleón fue el gran beneficiario de tanta sangre.
FIGURA.- También lo sé.
DE LA CROIX.- ¿Y en América? Páez en Caracas, Santander en Bogotá y Flores en Quito se repartieron el botín del sueño grancolombiano.
FIGURA.- Perdóname, pero también estoy enterado de eso.
DE LA CROIX.- ¡Ellos son los verdaderos responsables de que el General Bolívar muriera como un apestoso en San Pedro Alejandrino.
FIGURA.- ¡Ah, Luis Perú de la Croix!. El dolor y la soledad te acompañan y no puedes librarte de ellos, no si estás vivo.
DE LA CROIX.- Tengo fiebre del alma. Sé que deliro y seguramente el miserable hospedero piense que estoy loco. Pero ¿Sabes qué? Ya no me hostigará más para que me marche de este hotel.
FIGURA.- ¿Y ahora qué más te da?
DE LA CROIX.- Entonces dime ¿Qué me llevo?
FIGURA.- Nada.
DE LA CROIX.- Es verdad. Todo pierde su sentido. No presiones ahora.
FIGURA.- Eres tú quien te presiona. Por primera vez el tiempo te pertenece hasta que lo decidas.
DE LA CROIX.- ¿Qué lo decida?
FIGURA.- Quiero decir hasta que te vayas conmigo. Pero no sería ni malo que te apuraras.
DE LA CROIX.- Si tienes razón. Ay la patria se me desprende…es un desgarro brutal ¡Ay cuánta miseria me despoja de la libertad. Debo abreviar mis horas porque en París he comprobado que no existo y del otro lado del mar, tampoco. Dime ¿Quién eres?
FIGURA.- Soy tu decisión.
DE LA CROIX.- ¿Mi decisión?
FIGURA.- Si lo prefieres: soy la muerte
DE LA CROIX.- ¿La muerte?
FIGURA.- Mírame bien, Luis.
DE LA CROIX,- ¿Su Excelencia…?
FIGURA.- El que fui: Simón Bolívar. Ahora soy éter. Tanto me llamaste, tanto me piensas, que estoy aquí.
DE LA CROIX.– Debo estar loco…yo lo dejé.
FIGURA.– Diciembre 16 de 1830- Quinta de San Pedro Alejandrino ¡Un majadero de la Historia, a punto de irse. No sabes cuanto te lo agradecí. La lealtad, Luis, tiene un precio muy alto y aún no terminas de pagarla. Deja eso.
DE LA CROIX.– ¿Qué?
FIGURA.- Eso: la lealtad. Ese fardo que aún te mantiene vivo; .el mismo que cubrió a Sucre hasta que lo asesinaron en Berruecos; la tela raída con la que se cobija aún el maestro Simón Rodríguez, la que arropa a Manuela.
DE LA CROIX.- Su Excelencia.
FIGURA.- De este lado eso importa poco o nada. Tienes que dejarla para que sirva de indigesto alimento a los carroñeros del mundo de los vivos.
DE LA CROIX.– ¿Despojarme de mi credencial, Excelencia?
FIGURA.- Ni siquiera eso puedes traer…ahora pareces dudar.
DE LA CROIX.- Si yo volviera a nacer y usted regresara.
FIGURA.– Hubiera no existe. Ninguna de las dos cosas es posible
DE LA CROIX.- Su Excelencia, yo…
FIGURA.- Muy bien, Luis. Ahora si reconozco otra vez en ti al coronel de Bucaramanga; recto, soñador, algo exaltado, dispuesto a todo por su jefe: EL Libertador. Sé que tomaste una decisión y apenas un segundo nos separa. Mejor me voy para no interferir.
DE LA CROIX.– Aguarde Su Excelencia si usted regresa…la Gran Colombia, el poder…
FIGURA.- Sueños, De la Croix, sueños…¿El poder? Realmente nunca lo tuve. Andaba conmigo a caballo ¿y detrás de mí? La debacle…
Desaparece la figura
DE LA CROIX.- ¡Su excelencia! ¡Su Excelencia!
DE LA CROIX se mueve por toda la habitación. Busca en el aire como si quisiera atrapar la figura que se ha ido. Se escuchan fragmentos del Réquiem de Mozart que decrecen mientras De la Croix saca lentamente el revólver de la cintura, se dirige hacia la ventana, mira hacia el Sena, regresa al centro de la habitación y lentamente apunta el arma a su sien derecha. La luz se concentra sobre su figura y se va desvaneciendo lentamente. Suena el disparo.
Oscuro
Fin. de Luis Perú de la Croix (Ocaso en París)